Guido Fernández Cornide, un hombre de origen argentino, tenía 35 años de edad cuando una fatídica noche producto del indescriptible estrés laboral del que no tenía escapatoria, terminó ciego, sordo y en estado de coma. Han pasado ya 8 años de ese día y su testimonio ha dado la vuelta al mundo.
Guido era productor de televisión de una importante cadena y las agobiantes exigencias que tenía no le permitían enfocarse más que en un sólo objetivo en su vida: su trabajo.
Estaba casado con Georgina y tenía dos pequeños: Benicio, de 3 y Esmeralda, de 4 meses.
Pero ni tener a una bebé en casa fue suficiente para que él renunciara a su apretada agenda, que físicamente no le dejaba ni comer. Incluso Guido cuenta que unos meses antes su abuela había fallecido, y ni siquiera tuvo tiempo para detenerse y llorar la partida de una de las personas más importantes de su vida.
Hasta que una mañana amaneció con dolor de oídos, pero todo podía esperar menos el trabajo. Así que no fue ese día al médico, ni al siguiente, por un supuesto programa que saldría al aire ¡YA! Luego resultó ser que salió 3 meses después de haber caído en coma.
Pasados 4 días le dijeron que tenía otitis, él no hizo mucho caso y seguía con el teléfono en la mano como siempre porque tenía grabación al día siguiente. Volvió a urgencias con un dolor insoportable, pidió que le inyectaran algo fuerte y siguió trabajando.
Pero en la noche su esposa entró en shock al ver que su marido convulsionaba en la cama, se había orinado y estaba inconsciente.
Fueron horas de incertidumbre, hasta que descubrieron que padecía una meningitis feroz provocada por la bacteria Neumococo, la que había adquirido por la otitis no tratada.
«El cerebro estaba tan inflamado que no se veían los relieves: parecía un globo. El pronóstico era negro: tal vez no pasaba de esa noche», relató Guido.
Tras 21 días de coma inducido empezaron a despertarlo sin saber qué secuelas tendría. Ahí empezó lo que él llamó la peor pesadilla de su vida. Estaba ciego y sordo, pero en realidad él pensaba que estaba retenido por alguien que le quería hacer daño. «Me convencí de que me tenían a oscuras y en silencio como parte de una tortura despiadada», cuenta. Y su delirio incluía a todas las personas que estaban a su lado, como su esposa y su madre, que pensaba que no eran más que los hombres que lo tenían retenido.
Guido permaneció durante 4 meses hospitalizado
Fue entonces cuando su mujer, fruto de la desesperación y del amor, le llevó letras de goma eva imantadas, de las que pegaban sus pequeños en la nevera, para así a través del tacto intentar contarle su dura verdad.
«Fue un baldazo de agua helada pero había algo positivo después de esa semana de tortura: me di cuenta de que me estaban cuidando, nadie estaba tratando de quitarme la vida. Sacar positividad de algún lado fue una reacción instintiva, era una fibra mía que desconocía».
Con los nervios ópticos destruidos parecía imposible que volviera a ver, pero con el implante coclear que le harían había esperanza para el oído.
En medio de ese maremoto de emociones, Guido fue forzado a empezar un viaje hacia su interior, una aterradora experiencia que relata como lo peor que le tocó vivir: «mirar y escuchar hacia adentro sin filtros». Algo que nunca antes había hecho, bien porque no tenía tiempo, o bien porque el trabajo era una excusa para no encontrarse con eso que tanto temía.
«En el peor momento, ciego y sordo, me di cuenta de que había empezado a sanar viejos dolores: cosas de mi infancia, mi familia, mis amigos.
Yo necesitaba sanar de adentro hacia afuera, no podía pretender curarme exteriormente cuando por dentro estaba cargado de lugares oscuros, de veneno, de tristezas.
De golpe, fue como empezar a sacarme piedras de la espalda que me pesaban mucho más que mi ceguera y mi sordera. Las charlas más profundas y más importantes de mi vida con mi mamá las tuve así, con letritas de goma eva», relata Guido.
Poco a poco aprendió a conectar con su presente, lo que le permitió por ejemplo llorar por primera vez la pérdida de su abuela.
Después con la ayuda de los terapeutas y sobretodo del amor de su familia, pudo volver a escuchar. Pero le quedaba un largo camino, desde aprender a caminar hasta haber recuperado apenas un 20% de visión con sólo uno de sus ojos.
Nunca volvió al trabajo que tenía y, abrió su propia productora audiovisual. Reconoce que no tiene un gran ingreso de dinero, pero lo que sí tiene es una respuesta a esa gran insatisfacción que tenía en la vida.
Es por eso que se decidió a lanzar un libro que recoge su impresionante testimonio llamado «Abrir los ojos». Y ahora se dedica a dar conferencias por el mundo.
«Flotaba solo en esa inmensidad, invitado a perderme en la locura o a adentrarme en lo más profundo de mi alma. Así comenzó este viaje, el más introspectivo de mi vida», escribe en una parte de su libro.
Un impresionante testimonio que nos da mucho para pensar. A la final del camino nadie es imprescindible en esta vida, Guido lo tuvo que aprender a la fuerza.
Ahora demuestra al mundo que vale la pena darse tiempo para llorar, para reír y disfrutar de los nuestros. La vida es demasiado corta. ¡Comparte esta noticia!