Normalmente cuando un paciente tiene síntomas molestos que afectan su calidad de vida, lo menos que espera es recibir un diagnóstico y un tratamiento correcto para aliviar su dolor.
Pero, lamentablemente esto no siempre es así. Rosie Campbell, una joven de 28 años, de Essex, fue diagnosticada con la enfermedad de Crohn, pero no sin antes haber vivido momentos de dolor y la angustia tras no saber que era lo que era lo que le estaba pasando.
Rosie nunca imaginó que, lo que inicialmente era una cita dental de rutina terminara por dar la respuesta a todas las dudas sobre el dolor de estómago que la había acompañado durante más de un año.
Su historia comenzó cuando a penas ella tenía 13 años y empezó a sentir dolor en su estómago. Realmente ir al baño era una agonía.
Visitó a su médico de cabecera cualquier cantidad de veces y siempre le decía que todo estaba bien. El médico simplemente se limitó a recetarle algunas cremas frías para el dolor de estómago.
«Estaba tan asustada, nadie sabía qué era lo que estaba mal. El médico de cabecera seguía diciendo que no tenía nada».
Pasó todo un año con fuertes dolores estomacales, realmente cada vez que iba al baño era una agonía.
“Lloraba casi todas las noches porque tenía miedo de siquiera intentar ir al baño. El dolor era como cristal cortándome».
En el 2003 fue a una consulta de rutina con su dentista y no fue hasta después de cumplir con el tratamiento de antibióticos sin éxito que la remitió a un especialista.
“Por supuesto, la penicilina nunca funcionó, y terminé en el hospital una semana después haciéndome una biopsia».
Finalmente, los resultados confirmaron que tenía la enfermedad de Crohn, una condición de por vida que inflama el revestimiento del sistema digestivo.
Unos meses después de su diagnóstico le dijeron que necesitaba una bolsa de colostomía.
«Recuerdo el día en que me senté en la clínica del Royal London Hospital con mi madre, y leí un póster en la pared y le pregunté qué era eso, ella me dijo que nunca lo necesitaría. Poco sabía que una pesadilla estaba a punto de suceder».
Ella amaba a su escuela y nunca mostró interés en tener un novio, pero cuando supo que tenía que usar una bolsa entró en pánico.
«Simplemente me preguntaba ¿por qué yo?”.
Se convirtió en una persona grosera y se enojaba por todo. Rechazó ponerse la bolsa hasta que estuvo a punto de perder la vida.
«Me dijeron que necesitaría la colostomía por un año y medio o dos años. Peleé con los médicos durante seis meses antes de que me dijeran que, si no me la colocaba terminaría con una septicemia».
En marzo de 2005 casi pierde la vida por una insuficiencia cardíaca y terminó alimentándose con un tubo que pasa por la nariz.
Sus opciones se limitaban a tener una bolsa y luchar por su vida o no tenerla y perder su vida.
Después de unas semanas, consumiendo 3.000 calorías al día con una dieta líquida alcanzó el punto más grave y le dijeron a su madre que podría perderla.
En 2011, la bolsa de colostomía de Rosie cambió a una ileostomía, un procedimiento quirúrgico en el cual una porción del íleon se expone a través de una abertura en la pared abdominal, para permitir el paso de heces.
No quería la bolsa, le molestaba y no encajaba con su vida, Pero, finalmente encontró paz y se siente más feliz de aceptarla.
Está muy agradecida principalmente con su madre, quien la sacó de sus momentos más oscuros.
“Me inspiraron las historias de otras, me quité un gran peso de encima. Estoy tan feliz de haberlo hecho. Ojalá lo hiciera antes».
Aunque sintió que perdió muchas oportunidades de relacionarse por vergüenza y miedo de explicar lo que tenía, afortunadamente ella encontró la felicidad con Reece, el amor de su vida.
Comparte esta historia para ayudar a Rosie a alentar a otras personas que tengan una situación similar a la de ella para que sigan luchando. «No pierdas el tiempo como lo hice yo, si necesitas un estómago, hazlo».