El bienestar, salud y calidad de vida de los ancianos debería ser una gran preocupación y ocupación de las autoridades civiles. Una sociedad que realmente entiende que a ellos les debemos nuestra historia, nuestra cultura, nuestras tradiciones y raíces, es que lo ha entendido todo.
Pero tristemente, se cuentan por miles los casos de adultos mayores a los que ya no les quedan razones por la que vivir y luchar. Todo lo que un día entregaron sin condiciones ahora parece quedar en el olvido, y duele más, muchísimo más, si esa ingratitud y desprecio viene de quienes se supone deberían devolver lo que recibieron: tu propia familia.
Es la desoladora situación que ha capturado la atención de los medios, de un pobre anciano que entre mantas y las pocas cosas que le quedan, cuenta los días para marcharse ya de este mundo, e incluso quisiera acabar con su vida él mismo para ya no sufrir más.
Se trata de Juan Francisco Zazueta Gastelum, de 84 años de edad.
Don Juan pasa sus noches sobre un catre colocado en el patio delantero de la humilde vivienda de una amiga suya de la juventud, Reynalda Pérez Hernández, de 79 años de edad, en la Sindicatura de Aguaruto, en Culiacán, México.
De su familia lo único que le queda son los devastadores recuerdos del abandono y el haberse aprovechado de él para despojarlo de lo poco que tenía. Lo habían engañado para que vendiera su casa para así supuestamente tener de qué vivir. Pero tras hacerles caso, todo se trataba de un engaño, lo hicieron para quedarse con su dinero y dejarlo en la calle.
Sin dinero, ni medicinas, la única mujer que lo pudo acoger y darle un espacio en un miserable rincón de su hogar fue su amiga Reynalda.
“Mi familia no corresponde, entonces qué hago, no tengo a dónde ir y la casa la vendí para no quedarme sin nada, y entonces ella me arrebató todo el dinero”, lamentó el anciano al relatar su amarga experiencia después de que su sobrina Adelita fuera quien lo despojó de todo.
Cuenta que su sobrina tuvo la desfachatez de acogerlo en su casa sólo durante unos días para coger el dinero de la venta de la casa y luego deshacerse de él.
En medio de esa desolación y desesperación, sin saber qué hacer, decidió caminar desde la colonia Barrancos hasta la sindicatura de Aguaruto, un trayecto de más de 2 horas a pie.
Allí durmió en una plaza con una manta pidiendo limosna y acudía a la misericordia de la gente para poder bañarse en algún lugar de vez en cuando. Hasta que Reynalda lo acogió. Ella no ha hecho más que acudir a las instancias estatales y municipales en busca de ayuda para Juan, pero no ha recibido más que rechazo.
Ahora acude a los medios suplicando ayuda para poderlo trasladar a un centro de atención, ya que al encontrarse enferma del corazón y con fractura de cadera, se le dificulta atenderlo como merece, como por ejemplo cambiarle el pañal. Pero lo que más le pesa es que Juan se mantiene en su deseo de quitarse la vida, y ella quiere evitar una tragedia a toda costa.
Ayudemos a esta generosa mujer a compartir la historia de su amigo para que las autoridades actúen y le den la ayuda que tanto necesita. Es realmente lamentable todo lo que están viviendo.