Hasta este momento, en Estados Unidos han fallecido 115 mil personas como consecuencia del brote de coronavirus, pero, lo más angustiante es la certeza de que tan solo en cuestión de horas, tanto las cifras de fallecimientos como las de contagiados quedarán desactualizadas a ritmo incesante.
Aunque, el mayor riesgo lo siguen teniendo las personas mayores con condiciones subyacentes, ya tenemos claro que el COVID-19 no respeta edades, oficios ni condiciones sociales.
Mientras muchos han acatado la orden de distanciamiento social emanada de las autoridades para contener la propagación del virus, otros deben enfrentar los estragos que ha causado esta enfermedad que ha enlutado miles de hogares y aplastado cruelmente a cientos de familias.
Perder a quien más se ama es extremadamente triste
Jon Coelho, de 32 años de edad, a pesar de haber superado un cáncer en su infancia, no se consideraba dentro del grupo de riesgo de contagio, sin embargo, lamentablemente, el hombre fue atrapado en las fauces del terrible coronavirus.
Al enterarse de su condición, igualmente la asumió con aplomo y valentía y acudió inmediatamente al hospital con la seguridad de que saldría victorioso de la batalla contra la enfermedad, pero no fue así.
Lo único que el Padre Tiempo le permitió fue escribir una muy sentida nota de despedida a sus seres queridos: su querida esposa Katie y sus dos pequeños hijos.
Debido a que su hijo más pequeño, Braedyn, de 2 años, se considera de alto riesgo para el contagio, toda la familia había sido extremadamente cautelosa con respecto a la cuarentena.
Sin embargo, Jon era considerado un trabajador esencial y tenía que ir a trabajar, eso sí, siempre guardando todas las medidas de seguridad, vigilante por su pequeño.
Eran la pareja ideal
No obstante, resultó positivo a la prueba. De ahí en adelante, todo pasó muy rápido. En menos de una semana, tuvo que ser intubado y luego sedado para controlar los ataques de pánico que sufría al despertar y verse conectado a un ventilador.
Cuando Katie Coelho, de 33 años, llegó una madrugada al hospital donde se encontraba su esposo, en Danbury, Connecticut, Estados Unidos, ya era demasiado tarde. La mujer recibió el golpe más duro de su vida, uno del que nunca se podrá recuperar: su querido Jon, había muerto de un paro cardíaco fulminante.
Con un dolor que no se puede describir, devastada, Katie recogió las pertenencias de su difunto esposo y tomó su teléfono. Lo que encontró al abrir el móvil la desarmó todavía más: era el último adiós de su amado redactado en una nota.
“Los amo con todo mi corazón y me han dado la mejor vida que podría haber pedido. Tengo tanta suerte que me enorgullece mucho ser tu esposo y el padre de Braedyn y Penny”, decía en el mensaje.
De inmediato, las lágrimas se derramaron sobre el rostro de Katie, al leer esas primeras líneas cargadas del sentimiento más puro que un padre pueda sentir por los suyos, pero, era solo el principio pues, el mensaje continuaba.
“Katie, eres la persona más amable y cariñosa que he conocido. Eres verdaderamente única en tu clase… asegúrate de vivir la vida con felicidad y esa misma pasión que me hizo enamorarme de ti”, cerró la tierna carta que dejó Jon en su teléfono.
Cuando muere un ser querido, algo de nosotros también se va con él y nunca volvemos a ser los mismos. Lo que más duele, es saber que dos niños crecerán sin su padre, y que un padre jamás podrá volver a ver a sus retoños.
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