Todos queremos pertenecer. Desde pequeños buscamos relacionarnos con personas con las que podamos indentificarnos y no sentirnos solos. Una forma de obtener este sentido de pertenencia es a través de las identidades de étnia que nos acercan a personas que aparentemente son como nosotros.
Cuando esto no es posible, las personas se sienten incomprendidas y sufren emocionalmente.
Esta es la historia de una mujer adoptada por una familia interracial que durante toda su vida ha enfrentado injustamente el rechazo y la indiscreción de personas que la juzgan sólo por su color de piel.
Lydia Berkey de Pensilvania, Estados Unidos es una mujer afroamericana que fue adoptada por una familia blanca. Como su madre biológica sabía que no podría cuidarla apropiadamente, decidió darla en adopción. A los pocos meses de haber nacido, Lydia fue acunada en una familia que siempre ha estado orgullosa de tenerla.
Sus padres eran conscientes de la importancia de que ella formara parte de su comunidad, así que la inscribieron a una escuela de danza donde pudo relacionarse con personas que se parecían a ella y sentirse cómoda. Además, su madre le enseñó a tejer trenzas africanas que le hacían inmensamente feliz por las coloridas cuentas que tintineaban al caminar.
Mientras crecía, Lydia estaba feliz y agradecida por su amorosa familia, sin embargo tuvo que lidiar con una inquietud interna que le agobiaba más durante los días festivos y su cumpleaños.
«Desde muy joven hasta los 15 años, cada día festivo y cada cumpleaños, lloraba hasta quedarme dormida. Pensé en mi madre biológica y me pregunté si ella pensaba en mí en mi cumpleaños.
Me pregunté si me extrañaría durante las vacaciones. Me sentía con sentimientos de pesar y pérdida. ¿Por qué yo? ¿Por qué fui yo a quien ella ‘abandonó’?», mencionó la mujer.
Cuando las personas le hacían preguntas tales como ‘¿Dónde está tu verdadera mamá?, ‘¿No te quería?’, ¿Hay algo mal en ti?’ se intensificaban sus preocupaciones y tormentos más profundos.
Mientras más crecía más hirientes eran estos comentarios que se convirtieron en racismo y que provenían incluso de sus amigos. Sentía que no encajaba.
«Fui categorizada como una Oreo. La gente me dejó claro que yo era negra, pero no lo suficientemente negra para sus estándares. Luché con estos sentimientos de síndrome del impostor racial. No era lo suficientemente blanca, ni me importaba serlo, pero no era lo suficientemente negra», añadió.
Afortunadamente, en la Universidad encontró un mentor y amigos con los que se identificó. También se atrevió a tomar terapia y aceptó que no estaba mal lamentar la pérdida de su familia biológica, pero tampoco debía permitir que esto determinará su felicidad.
«Mis sentimientos con respecto a mi adopción son reales y válidos, mi amor por mi familia adoptiva es real y válido, y mi orgullo por mí misma como mujer negra es real y válido. Estas son cosas que cargo conmigo y he aprendido a amarme porque ¡esto es lo que me hace ser yo!» mencionó la mujer.
Es lamentablemente ver cómo hay personas que desde temprana edad acumulan malestar emocional debido a los prejuicios y la poca sensibilidad de personas que prefieren satisfacer una burda curiosidad en vez de preguntarse si sus comentarios pueden herir o empeorar el estado emocional de una persona que, como todas, merece respeto.
Tratemos a los demás como nos gustaría ser tratados.