Toda vida real es un encuentro, las personas necesitamos de los demás para ser humanos. Sabemos de relaciones interpersonales cercanas, pero ninguna iguala el vínculo que ha desarrollado Marcia, una mujer de 68 años de edad con su hija de 21, Alena. Y es que, la sexagenaria se acostumbró a despertar cada mañana a su retoño lamiéndola en el rostro.
Así como se lee. El hecho es que Alena lleva años queriendo tener un animalito de compañía, y como Marcia no ha podido cumplir su sueño, decidió convertirse ella misma en ese perrito que le da todos los días los más húmedos y dulces buenos días a su hija.
“Ella seguía molestándome por un cachorro y no pude conseguirlo, así que me convertí en el perrito. Alena sabe bastante bien y muy dulce, solo quiero comérmela”, dijo divertida la madre.
Alena fue adoptada por Marcia cuando era muy pequeña y es su mayor tesoro. No solo la ve como a su hija, sino definitivamente como a su mejor amiga, lo cual es una muestra sorprendentemente tierna de cuán cercanas son las dos en realidad. Por su parte, Alena adora cuando su mamá la lame y la hace sentir más cerca de su corazón.
“Me encanta cuando mi mamá me lame, me hace sentir más cerca de ella, ya que estamos haciendo algo divertido y fuera de lo común. Es algo que hacemos todos los días”, confesó la veinteañera.
Pero, despertar es apenas el comienzo de la diversión, ya que, una vez que se levantan de la cama, la alegría del dúo se manifiesta en una súper divertida persecusión mutua por toda la casa. Al explicar el inusual ritual, Marcia dice que comenzó cuando Alena, que tiene una deficiencia de enzimas, era muy joven.
“Cuando Alena era muy pequeña no tenía mucha resistencia, así que yo la retaba y le decía: ‘No puedes atraparme, no puedes atraparme’, para estimularla. Fue realmente hermoso ayudarla a crecer.”, dijo Marcia.
Pero lo más emocionante es cuando Alena al fin logra alcanzar a su madre y, en premio la llena de besos y abrazos mientras el tiempo pareciera detenerse para admirar la belleza del amor entre una madre y su hija.
Sin embargo, ambas son conscientes de que, para la gente extraña su relación puede resultar un tanto fuera de lo común, pero no les importa en los más mínimo, ambas son inmensamente felices siendo como son.
“Algunas personas no están de acuerdo o se preguntan qué nos pasa. Me encanta la idea de poder hacer todas esas tonterías a medida que crece mi Alena”, explicó Marcia.
La sociedad moderna ha ido apostando cada vez más por lo exterior. Todo nos invita a vivir desde fuera, nos presiona para vivir deprisa, sin detenernos en nada ni en nadie. Ya no hay resquicio por donde pueda penetrar la paz en nuestro corazón.
Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando saborearla, y es que, para ser humana, a nuestra existencia le falta hoy una dimensión esencial, esa que Marcia y Alena demuestran muy bien: la interioridad, la empatía y, por sobre todo, el amor incondicional entre una hija y su madre.
Es fácil relacionarse con otros y amarlos porque todos compartimos una misma humanidad, un solo corazón. Comparte esta historia con tus familiares y amigos.