El surgimiento de la pandemia por coronavirus alteró drásticamente todos los aspectos de la vida humana, especialmente la educación. La prohibición de las clases presenciales mantiene a muchos padres en vilo. En muchos casos, se trata de trabajadores quienes no tienen con quién dejar a sus hijos en sus casas.
Tal es el caso de Sandra, una madre de 47 años y su hijo Oliver, de 9. Todos los días salen de su hogar ubicado en la calle Chilecito, Ezeiza, en Argentina, rumbo a la Escuela N° 6, Vicente Fidel López.
Para poder llegar a tiempo a sus clases que comienzan a las 8 en punto de la mañana, Sandra y Oliver deben salir a la 4:30 a.m. Él cursa cuarto grado de primaria y ella trabaja en la embajada de Venezuela en Buenos Aires, en la avenida Santa Fe 5039.
Pero, no son las tres horas diarias de camino lo que más le preocupa a Sandra. Las recientes restricciones impuestas por el presidente argentino para las clases presenciales durante las próximas semanas, imposibilitarán que Oliver continúe estudiando.
“Dale hijo, métele”, le dice a Oliver, para que no pierda el ritmo mientras caminan.
Sandra, quien labora como personal de limpieza en la sede diplomática venezolana, ha dicho que no tiene con quién dejarlo en su pequeña casa, que está a 52 kilómetros.
El silencio madrugador abraza al barrio. Pochi, la mascota, ladra, mientras en la televisión recién encendida Sandra escucha con suma preocupación las noticias. No sabe qué hacer.
“Hoy se van a reunir Larreta y el Presidente para ver si el lunes va a haber clases. Pero, por más que uno quiera que los chicos vayan al cole, creo que ya está decidido, ya lo dijo el Presidente, qué se va a hacer”, se lamentó Carrasco.
Cada día, madre e hijo caminan hasta la parada del 518, hasta la estación Ezeiza del tren Roca. Es muy temprano y hace frío, por eso, cuando llega el autobús tiene casi todos los puestos vacíos. Sandra se sienta, abre las ventanas y rocía alcohol en las manos de su pequeño, de rutina.
“Yo trabajo tres veces por semana en la embajada y uno en casa de familia. Los días que coincide mi trabajo con sus clases, cuando termina la cursada, cerca del mediodía, lo paso a buscar y almuerza mientras yo termino de trabajar”, dijo Sandra.
La abnegada mamá también añadió que, los días que no le toca trabajar igual lleva a Oliver a la escuela y lo espera sentada en las escaleras cosiendo hasta que sale.
Lo cierto es que, tal parece que para Carrasco estas semanas de cuarentena serán una verdadera pesadilla. Llegó a Buenos Aires a los 17 años, y se separó del padre de Oliver hace seis años.
En julio del año pasado pudo conseguir un ordenador del gobierno porteño, sin embargo, según los números, el problema sigue siendo igual de complejo, no solo para Sandra, sino para muchos otros padres en Latinoamérica.
La Encuesta de Continuidad Pedagógica señala que, por falta de recursos materiales o emocionales para seguir las clases de manera virtual, al menos un millón de alumnos tuvieron escaso o nulo acceso a la educación.
El periplo de Sandra y Oliver ya es bastante largo cada día, todos los niños deberían poder dormir al menos 10 horas para crecer sanos. Ahora que se suma una carga más para estos dos guerreros, esperemos que Oliver no abandone sus estudios.
Comparte esta historia con tus amigos. Por ahora, esta madre luchadora le abrocha los botones a su pequeñito, le acaricia y bendice su nuevo día de jornada.