Hacer algo con nuestras propias manos siempre nos genera un sentimiento de satisfacción y realización personal. En el arte de tejer, que tradicionalmente era una actividad que se asociaba principalmente a las abuelas, encontró en Crescencio León Mendoza, un hombre de 89 años, un nuevo espacio de expresión.
Su vecino le enseñó el oficio milenario de tejer prendas de lana para todos los gustos: chales, gorritos y calcetines son algunas de sus creaciones y a la vez, su único sustento.
“Le dije, enséñenme tantito a tejer, y aprendí y aprendí, y ya rápido tejo las cosas”, contó Crescencio.
Muchos ven a esta actividad como una alternativa para eliminar el estrés y combatir la depresión, pero la historia de este increíble artesano se volvió viral en las redes sociales.
Gracias a su esfuerzo y a su espíritu emprendedor, y es que más que un pasatiempo o una terapia, el anciano teje y teje sin descanso y vende sus obras para poder sobrevivir, las cuales expone orgulloso en los escalones de una tienda de autoservicio.
“Soy del estado de Toluca. Allá trabajo, hago mi material para alimentarnos, por eso salgo a vender, a luchar cada día. Traigo puras cosas buena, no cosas malas. No traigo usado, nada, puras cosas nuevas”, dijo.
Durante 2 meses al año, en noviembre y diciembre, Cresencio viaja 12 horas por tierra desde su natal Toluca, hasta la ciudad de Monterrey, donde vende la ropa de abrigo especialmente diseñada para el crudo invierno mexicano, hecha por sus propias manos los 365 días del año.
“Venimos a vender aquí. Tejo y lo almaceno. Voy guardando, guardando, guardando, y acercándose la temporada ya me vengo a vender”, aseguró el humilde artesano.
Pero, para Crescencio, el precio de sus creaciones es lo de menos, esto pasa a un segundo plano, ya que, según el anciano tejedor, su verdadera satisfacción es ver como cada persona toma entre sus manos las prendas y decide llevárselas por la calidad, talento y dedicación que conllevan.