Aún en la actualidad, existen personas que tratan a otras como si fueran de su propiedad y los obligan a realizar trabajos domésticos, en la agricultura o la minería. De manera forzada los esclavizan, situación que afecta, sobre todo, a los más vulnerables.
Juana Santos es una mujer como pocas, de una admirable entereza y que alberga en su pecho un corazón de oro. Es una sobreviviente. Pasó 10 años de esclavitud, antes de escapar de milagro a la ciudad de Mendoza, en la Argentina.
Juanita es natural de Bolivia y vivió una infancia muy difícil en su país natal. Creció bajo la tutela de unos padres negligentes y que le propinaron malos tratos, cuyas miserias dejaron huella en su humanidad.
Después, alguien la ayudó a escapar con la promesa de un futuro mejor, pero cayó en una trampa y fue obligada a trabajar. Se quiebra cuando siente esa especie de puñalada en el estómago al recordar aquellos días de horror y sufrimiento.
Sin embargo, esa misma sensación es el vehículo mágico que la impulsa a ayudar. Hoy libre de aquel infierno vive en el barrio Flores. En vista de que el merendero público de la zona dejó de operar, ella inaugurará uno nuevo en su humilde vivienda.
“De niña pasé muchas miserias y hoy, cuando veo a chicos inocentes y necesitados, me siento reflejada. No puedo mirar hacia el costado”, resume emocionada.
Juanita planea recibir al menos a unos 100 pequeños, provenientes de familias de bajos recursos, a fuerza de la venta del pan artesanal que realiza y así poder abastecerse de los insumos suficientes. Una historia increíble de superación, pero, además, de empatía, de solidaridad y de amor por el prójimo.
El mismo establecimiento estará ubicado en el garaje de su casa. Juana está igualmente convencida de dedicar su vida a quienes más carencias sufren. No solo alimenticias, sino emocionales, sin olvidar jamás su pasado, en su afán por evitar que otros niños repitan el guion que fue su niñez.
Ni el dinero ni el espacio le sobran a esta madre de siete hijos, dos de corazón y uno discapacitado. Pero, Juana desborda voluntad y amor incondicional por todo su ser. Tiene una verdulería, terminó la primaria de mayor y se capacita con cursos. Incansable, sumará este nuevo desafío de abrir un comedor.
“Tengo espacio, pero sobre todo voluntad”, dice Juana.
Y así lo demostró esta mujer aguerrida cuando, por fin, en los próximos días, todos tendrán la oportunidad de degustar la deliciosa comida boliviana de Juanita, ya que el comedor para 100 infantes abrirá sus puertas.
Sin embargo, debido a las restricciones sanitarias, en primera instancia la comida solo podrá ser retirada para llevar. Cuando exista flexibilización, piensa agregar dos días más de labores, pero dice que todo depende de la cantidad de insumos que logre recolectar.
Lo cierto es que, su encomiable gesto y entrega social llega justo en el momento cuando la pobreza y el vicio en el Flores se agudizan por el aislamiento. Pero ella además de guerrera es bondadosa y empática con su comunidad.
A pesar de lo vivido, a Juana nunca le faltó protección. Su verdulería la ayudó a salir del analfabetismo y, cuando descubrió el apasionante mundo de las matemáticas, se anotó en el Cebja 126 “Fabián Testa”, donde sueña con terminar la secundaria.
Su corazón brilla con luz propia. Comparte esta historia para inspirar a otros a ayudar a quienes más sufren, a veces un pequeño gesto cambia la vida de alguien, no hace falta tener mucho para ayudar.