Cuando muere inesperadamente un familiar, la situación nos golpea tan fuerte que creemos que podríamos incluso perder la cordura.
Su carácter imprevisible nos hace sentir que estamos viviendo un sueño -o más bien, pesadilla-, y hasta nos culpamos porque ni siquiera tuvimos tiempo para decirle adiós o para expresarle nuestro último “te quiero”.
Entonces nos surgen frases como “No puede ser”, “¡Es imposible!”, “Yo hablé con él/ella hace unos minutos”, entre otras.
Esto le ocurrió a una familia de Kentucky, Estados Unidos, que aún se hace miles de preguntas después de que su niña murió en un incomprensible accidente mientras conducía su bicicleta el día de su noveno cumpleaños.
Aparentemente y según las investigaciones, la niña identificada como Charlene Sipes, sufrió una caída de su bicicleta y una palanca del manubrio se le incrustó en el cuello y le cortó una arteria. Murió en el acto.
Padres y maestros se encuentran muy conmocionados tras la repentina muerte de la menor y la Escuela Primaria Abraham Lincoln, lugar donde estudió Charlene, ha ofrecido asesoramiento sobre el duelo a los compañeritos del tercer grado de la desafortunada pequeñita.
“Charlie era una estudiante encantadora y cariñosa que era amada por sus maestros y sus compañeros. Esta es una pérdida irreparable para todos los que la conocieron”, dijo el director Crystal Wilkerson en un comunicado.
Esta muerte se pudo haber evitado si el manubrio hubiese traído a ambos lados de la bicicleta los tapones de plástico protectores, pero no vale la pena pensar ya en esto. El daño está hecho.
Por su parte, Tiffany Fischer, la madre de Charlene, aún en estado de shock cree estar viviendo una pesadilla desgarradora de la que no le es posible despertar.
Y es que la muerte de un hijo ha de ser, sin lugar a dudas lo peor que puede vivir un padre, pero con el tiempo se aprende a convivir con ello. El dolor de esta pérdida no desaparece, cada caso es único y lleva su propio proceso y ritmo.
A menudo sentimos esa extraña sensación donde la casualidad, lo inesperado, va poniendo marcas en nuestro camino, obligándonos a encauzar la vida en una dirección u otra.
Nuestras vidas a veces son un caos de casualidades y hechos ilógicos, incomprensibles.
Por eso, en la medida en que seamos capaces de llevar las riendas de nuestro propio destino, ser dueños de nuestro timón, seremos capaces de crecer, y crecer duele. A Tiffany, el insólito fallecimiento de su pequeña hija la obligó a comenzar de nuevo y replantearse su vida.
Comparte esta historia con tus familiares y amigos y recuerda que el destino es quien baraja las cartas, pero somos nosotros los que jugamos.