Los niños son el alma de la casa, alegran cualquier ocasión y traen vida y movimiento a cualquier hogar por más retraídos y calmados que sean sus miembros.
Pero hay momentos en los que realmente se vuelve imposible manejar a los pequeños.
La dicha se convierte en pesadilla, las risas en llantos y los abrazos se transforman en puños y patadas con los temidos: ataques de «malacrianza».
Si eres padre, tío abuelo, padrino o simplemente amigo de alguien con niños pequeños tienes que haber vivido de cerca uno de estos episodios alguna vez.
Hasta el más angelito de los pequeños puede deshacerse en una crisis de llanto si las circunstancias le hacen sentir que lo amerita.
Pero, exactamente ¿qué amerita una crisis de llanto?
Para nosotros los adultos, acostumbrados a lidiar con mil y un problemas cotidianos en el día a día, un manojo de problemas reales y serios cada mes y uno que otro problema verdaderamente grave cada año; no existen muchas cosas que nos hagan tirar la toalla, patear el piso y ponernos a llorar.
La vida es así, lo sabemos, lo enfrentamos y afortunadamente en su mayoría lo resolvemos. Pero para los niños la perspectiva es otra.
Ellos viven cubiertos bajo la protección familiar del hogar. No saben lo que son los problemas reales pues no están al alcance de su comprensión.
Cuando un pequeño escucha sobre un “grave problema” de un adulto, casi siempre tiene soluciones simples y descomplicadas para arreglarlo todo.
Pero si el problema que enfrenta el niño se trata de algo personal con lo que jamás había lidiado antes, como que se rompa su juguete favorito o que uno de sus amigos no quiera jugar con él, ese es realmente el fin del mundo.
En cuestión de minutos la adorable criaturita que mirabas con devoción se puede convertir en una caricatura cual demonio de Tazmania que grita, patea y se lanza al suelo.
Y tú abrumado estas sin herramientas para resolver la situación frente a ti.
Decir “Basta, para y compórtate” no funciona porque los niños tienen muy poco desarrollada la capacidad de autorregulación que tenemos los adultos.
Esa es la que te impide ir a llorar a una esquina cuando tu jefe te dice que el proyecto en el que estabas trabajando debes empezarlo de nuevo…
Quieres sujetarlos, abrazarlos, apretarlos para que se den cuenta que todo está bien, o en algunos casos hasta castigarlos para que el castigo sustituya el berrinche… pero esto jamás funciona.
Hagas los que hagas estás atrapado y no hay nada ni nadie que pueda salvarte…
¡Falso! He de decirte que tenemos la solución perfecta para acabar con las pataletas antes de que comiencen.
No solo acabarás con el comportamiento inadecuado sino que podrás modificar la forma en que tu pequeño maneja nuevos problemas cuando se presentan.
Esto funciona muy bien si lo haces ante las primeras señales de mala crianza.
No esperes a que el niño esté ahogado en un mar de lágrimas, tienes que actuar rápido y adelantarte a los hechos.
De la forma más calmada posible pregúntale al pequeño:
“Es un problema grande, mediano o pequeño?”
Esto les da la oportunidad de detenerse y pensar por un segundo.
Cuando tu niño te responda (seguramente te dirá que es un problema inmenso) pero entonces haz la propuesta de buscar juntos una solución.
Cualquiera que sea el problema o el tamaño del que el niño lo vea a partir de aquí hay muchas opciones.
Tal vez acepten otro juguete, estén dispuestos a buscar la forma de arreglarlo o incluso se animen a cambiar de actividad.
Los psicólogos afirman que hay tres razones por la que esto funciona:
1.-Le muestras al niños que reconoces sus los sentimientos.
2.-La pregunta invita al niño a pensar por un momento.
3.-Adulto y niño pueden buscar una solución juntos y resolver el problema.
Para explicar la razón por la que te digo que el método está comprobado hablaré un poco de mi experiencia personal. Desde que leí el artículo original he utilizado este tip con mi hija de 6 años.
Ella es una niña super activa que además es hija única y aún está aprendiendo a controlar sus emociones.
La primera vez que le hice la pregunta justo al borde de una crisis de llanto el solo hecho de preguntarle la hizo estallar en lágrimas diciendo que su problema era gigantesco.
Cuando le ofrecí que buscáramos una solución argumentó sollozando que nada podía resolverlo.
Al final aceptó a regañadientes una de mis propuestas y poco a poco se fue calmando.
Pensé que esto no funcionaría muy bien y quienes estaban conmigo me miraron con un escepticismo tal que supe que pensaban lo mismo.
Pero seguí haciéndolo, con el paso del tiempo he seguido haciendo la pregunta y cada vez funcionó mejor.
Un día mi hija se quejaba pateando el piso y al escuchar la pregunta cambió completamente.
Ella se calmó y admitió que se trataba de un problema pequeño pero que no sabía cómo arreglarlo.
Fue maravilloso, solo quería algo de apoyo y pronto olvidó del todo su malacrianza.
Ahora incluso se ha acercado a mí en ocasiones diciendo, “mamá, tengo un problema muy grande, necesito ayuda” o “mamá tengo un pequeño problema ¿Cómo podemos resolverlo?”
Realmente siento que su forma de reaccionar ante las dificultades ha cambiado y cada vez está mejorando.
No digo que esta sea una solución única y maravillosa que funciona para todos, pero vale la pena intentarlo. ¡Anímate y si puedes cuentame como te va! 😉
Comparte este tip anti-pataletas y malacrianzas con todas las personas que tienen la responsabilidad de criar y educar a un angelito en su vida.