Para el pequeño Oliver Simpson, de sólo dos años y medio, no hay posibilidades de asistir a una fiesta y deleitarse con el pastel o al menos probar algún tipo de dulce.
Él tampoco podrá comer pollo frito u otras carnes, y mucho menos lácteos. Su dieta está ceñida a escasamente cinco frijoles horneados y la razón no se debe precisamente a la condición económica de la familia.
El niño de Kentish Town, al norte de Londres, convive con un raro trastorno hereditario que lo obliga a comer sólo 6 gramos de proteína por sesión.
Su cuerpo no puede procesar adecuadamente las proteínas debido a una condición conocida como fenilcetonuria (PKU). Aunque el asunto es bastante raro, Oliver forma parte de las 50.000 personas en todo el mundo que lo padecen.
El trastorno no permite que Oliver descomponga la fenilalanina, un aminoácido que se encuentra en los alimentos ricos en proteínas. Así que el pequeño debe evitarlas a como dé lugar.
Si sus padres hicieran caso omiso a su estricta dieta, la fenilalanina se acumularía en la sangre del niño, causándole serios problemas como: posibles ataques, tumores, daño cerebral y retraso en el desarrollo mental.
El asunto es bastante delicado y frustrante para toda la familia.
En las navidades pasadas, Oliver no pudo unirse al grupo en la cena. Mientras que los demás comían un banquete con pavo, cerdo, piruletas y dulces; el pequeño sólo podía comer pequeñas raciones de guisantes, maíz, dulce, zanahoria y patata.
“Tengo que ser muy estricta con Oliver y su dieta. No lo entiende, ya que es muy joven, pero comer la comida equivocada podría causarle un daño cerebral, o algo peor”, dijo Jade, la madre de Oliver.
Ante la delicada condición del niño, la madre de 27 años se siente preocupada por su futuro. A Jade le atemoriza dejar que Oliver vaya a la escuela o visite a otros niños, pues teme por su alimentación cuando no lo está supervisando.
“Siempre tienes curiosidad por saber qué comen los demás y quiere probarlo. Pero la realidad es que a él le haría mucho daño. Es una preocupación constante. Pero tengo que ser estricta para asegurarme de que esté sano. Su dieta es lo más importante, así que controlo cada bocado que come”, reveló la mujer.
El pequeño fue diagnosticado con PKU cuando tenía sólo cinco días de nacido, a través de una prueba de punción en el talón.
Jade, tiene otra hija de seis años que no posee la enfermedad; así que el pequeño es su mayor preocupación.
Ahora Oliver sólo come 5 frijoles horneados por sesión o el equivalente a 6 gramos de proteína pero su realidad podría cambiar con el tiempo.
Los médicos siguen esperanzados en que a medida que crezca, el menor sea tolerable a la proteína; mientras eso sucede Jade se encarga de supervisar su alimentación pues un leve descontrol podría tener consecuencias fatales.
Sus padres quieren que otros conozcan su condición para crear conciencia, comparte su caso.