Eveline Goubert se convirtió en un ejemplo de valentía para el mundo. Después de estar sumergida en una gran depresión tomó la decisión de utilizar su vocación de servicio para ayudar a otras personas a través de la dura experiencia que sufrió tras la pérdida de sus tres hijos.
Esta mujer tuvo que enfrentarse a la adversidad más dura para una madre, despedirse de sus hijos de manera trágica e inesperada.
“Le pedí a Dios muchas veces que me llevara”, dijo Eveline.
Eveline y su esposo Fabian se convirtieron en padres muy jóvenes. Ella tenía 18 años cuando dio a luz a su primer hijo: Nicolás. El pequeño presentó problemas renales durante todo el embarazo y el bebé nació a los siete meses de gestación.
El día siguiente sufrió tres paros cardíacos y los médicos los llamaron a una junta para informarles de que posiblemente el bebé había sufrido daños cerebrales irreversibles.
Ante el devastador pronóstico tomaron la dura decisión de desconectar los aparatos del soporte vital que mantenía con vida a Nicolás para dejarlo partir.
“Me escondí, no quise salir y cometí el error de no hablar nunca del tema”, relató Eveline.
Estuvo cuatro años inmersa en una profunda depresión, hasta que quedó embarazada de Mateo y recuperó las ganas de vivir.
“Cuando lo cargué en mi regazo por primera vez supe que ese bebé llegó para brindarme amor y protección”, relató la madre.
Transcurrieron 11 años cuando una sorpresa llegó a la familia, tendría una niña. Cuando Alejandra nació Eveline le pidió a sus familiares que la dejaran sola en la habitación del hospital junto a su esposo y Mateo y le dijo:
“Mate, este es el mejor regalo que te podemos dar papá y mamá, una hermana. Cuídala si nosotros llegamos a faltar, ella estará contigo y no estarás solo”.
En el hogar de la familia Lineros Goubert reinaba la alegría, los hermanos se adoraban y eran inseparables.
Cuando Alejandra tenía 11 años la tuvieron que llevar de urgencias a la clínica SHAIO en Bogotá porque estaba sufriendo un intenso dolor de estómago, tenía náuseas y vómitos.
El médico que la atendió no consideró necesario hacer ninguna analítica de sangre y calificó a los padres de “exagerados”. Recomendó que Alejandra se fuera a casa con un tratamiento.
Pero la niña no mejoraba, se sentía cada vez más débil. Regresaron a la clínica dos días después y otro médico ratificó el primer diagnóstico mientras enfocaba su atención en el partido de fútbol en el que participaría la selección de su país esa tarde. El galeno ni siquiera se alarmó porque Alejandra había perdido dos kilos en dos días.
Los padres de Alejandra no podían estar tranquilos, fueron por tercera vez a urgencias porque la niña se quedó dormida y su madre presintió que “no era un sueño normal”, estaba descompensada.
En esa oportunidad, el médico le realizó un sencillo análisis para medir sus niveles de azúcar en la sangre, le pinchó el dedo y comprobó que su glicemia estaba en 570 (lo normal es 72-145 mg/dl), un nivel excesivamente elevado, tenía diabetes severa.
Antes de perder la conciencia Alejandra le dijo a su madre: “Mamá, me duele mucho mucho la cabeza”, fueron sus últimas palabras.
Eveline recuerda que llamó a su hermano y le dijo: “Aleja se me va a morir”.
En la clínica no tenían especialistas para atender el caso, la trasladaron a la unidad de cuidados intensivos y los padres pidieron autorización para que la viera un endocrino pediatra particular.
Finalmente tuvieron el diagnóstico: tenía muerte cerebral. Eveline y su esposo fueron convocados a una junta médica para tomar la dura decisión de desconectar a su hija porque ya no regresaría, se repetía la historia de su primer hijo.
“Tenía dos caminos, aceptarlo o quedarme en la oscuridad, cualquiera de los dos no revertiría el resultado”, dijo la madre.
Mateo se deprimió mucho por la muerte de su hermana, se hizo un tatuaje en su espalda con su nombre y su fecha de nacimiento. Le costaba mucho lidiar con el dolor de su partida.
Había transcurrido un año de la muerte de Alejandra cuando él acudió a la clínica con sus padres por presentar fiebre y sudoraciones nocturnas excesivas.
Le hicieron radiografías y confirmaron que algo estaba mal en sus pulmones. Comprobaron con un TAC que tenía cáncer con metástasis en ambos pulmones. El pronóstico no era bueno, pero empezaron las sesiones de quimioterapia hasta que Mateo le pidió a sus padres que suspendieran el tratamiento porque solo le causaba sufrimiento.
“Esto no está funcionando, no es lo que yo quiero”, dijo el joven de 21 años.
En ese proceso, el padre de Eveline murió de un paro cardíaco y tuvo que enfrentar ese inmenso dolor, ella fue quien encontró su cuerpo sin vida.
Mientras tanto Mateo seguía luchando por tener una buena calidad de vida a pesar de las adversidades. Contrajo neumonía y su madre sabía que era “el principio del fin”.
Una mañana Mateo se despertó exaltado, gritó su nombre, pidió que lo asearan y lo afeitaran y le regaló una propina al enfermero que ayudaba con sus cuidados paliativos. Finalmente se despidió de su familia y de su novia, quienes lo acompañaron hasta su último suspiro.
Eveline estaba devastada, “Toda mi vida se había ido, le pedí a Dios que me llevara con ellos”.
Después de estar inmersa en una profunda depresión y llorar incluso durante diez horas continuas decidió que debía usar su dolor como un instrumento para ayudar a otras personas.
Y así fue como surgió la idea de encontrar un equilibrio entre su vocación de servicio y las duras experiencias que había enfrentado para crear un centro de ayuda para quienes sufrían graves enfermedades o la pérdida de seres queridos.
Ahora se dedica a ofrecer conferencias y se ha convertido en un ejemplo de lucha, perseverancia y resiliencia. ¡Eveline es una persona admirable! Vale la pena compartir su historia, no te vayas sin hacerlo.