El 24 de mayo de 1985, Ana Isabel Fernández Sánchez murió a los 4 años. Pero la muerte de la pequeña no fue pacífica. A Ana Isabel la mató un hombre de su familia, que intentó violarla y no pudo, por eso la arrojó de cabeza a un pozo con agua, donde la encontraron muerta dos días después.
Para su padre, la situación fue devastadora. El hombre no podía creer que el primo de su mujer hubiera podido matar a su pequeña de 4 años.
Y el pasado 13 de abril, Juan José Fernández, el padre de Anabel, volvió a revivir la muerte de su hija, pues frente a sus ojos pasó el asesino, Enrique Sánchez, que fue condenado a 40 años de cárcel, 28 años por asesinato, nueve por violación y tres por abusos deshonestos. La sentencia le obligaba al pago de dos millones de pesetas (12.000 euros). Pero ya está en libertad pues ha cumplido su condena.
Los policías lograron separar al anciano del hombre.
Aunque era mediodía y había mucha gente en la calle, Juan José se lanzó sobre el hombre con un cuchillo de carnicero (profesión en la que se desempeñó hasta jubilarse) y lo atacó. Pero sólo lo lastimó, pues varias personas lograron separarlo del asesino de su hijo. “Te voy a matar” le decía el dolido padre mientras lanzaba el cuchillo.
La agresión concluyó con heridas, golpes y profundos cortes en las manos y nariz de Sánchez.
Todo se originó en el pequeño pueblo de de Huétor Santillán, cerca de Granada Capital. Aquel viernes de mayo de hace casi 33 años, la pequeña Ana Isabel de sólo cuatro años, desapareció.
Durante dos días recorrieron el pueblo buscándola, hasta que hallaron el cadáver. Estaba dentro de un pozo y había muerto por asfixia, ahogada por el agua y el fango. El mismo día que la hallaron, la Guardia Civil ya tenía a su sospechoso.
En esta calle se encontró el anciano con el asesino de su hijo.
Enrique Sánchez tenía en ese entonces 22 años y su hermano, Anastasio, tenía 27. Ambos habían ayudado en las búsquedas de la niña durante el sábado, pero el domingo concurrieron “voluntariamente” a la Guardia Civil, que los trasladó a la comandancia de la capital para evitar represalias de los ciudadanos de Huétor Santillán en el cuartelillo local.
Pero los agentes descartaron la participación de Anastasio en el asesinato y lo liberaron.
Enrique engañó a la niña para que le acompañara, diciéndole que le iba a comprar golosinas. Pero la llevó a la huerta deshabitada de las afueras del pueblo donde quiso violarla. La niña lo evitó y en el forcejeo la menor sufrió un golpe en la cabeza y quedó inconsciente.
El tranquilo pueblo de Huétor Santillán se vio conmovido por este asesinato.
Entonces el joven, tal vez asustado y creyendo que la niña había muerto, levantó la tapa del pozo de la finca y la arrojó a su interior. Regresó luego a su casa como si nada hubiera sucedido.
La sentencia, de febrero del año siguiente, explicaba que «para evitar que Ana Isabel pudiera contar lo sucedido concibió la idea de quitarle la vida, por lo que seguidamente, tras quitar la tapa del pozo, arrojó al mismo de cabeza a la niña, tapándolo a continuación… dando lugar a que falleciera a causa de asfixia por inmersión, por ingreso de agua y barro en las vías pulmonares».
La Guardia Civil ya sospechaba de ellos porque los perros policía especialmente traídos desde Sevilla para colaborar en las tareas de búsqueda habían perdido la pista, en reiteradas ocasiones, en la casa de Enrique y Anastasio.
Y ahora, 33 años después, Juan José Fernández, con 70 años no pudo evitar sentir ese odio contra el asesino de su hija, que tiene 54 años.
Cuando la Policía llegó a separarlos, aún estaban forcejeando.
Enrique no dijo la verdad ni le nombró a los agentes su historia común, incluso dijo que el jubilado había intentado robarle.
Ahora se enfrentarán en la Corte, pero en distintos roles. El anciano esta vez será acusado por el asesino de su hija.
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