Lo que debía ser una simple visita al parque para el pequeño Jackson Oblisk se convirtió en algo que casi acaba con su vida. Kayla, su mamá, explicó a los medios la terrible experiencia que se encuentra atravesando su familia por una picada de garrapata que afectó seriamente su salud.
Jackson apenas tiene dos años de edad.
Jackson había ido al parque con su padrastro y su abuelo. Regresó feliz y lleno de energía, pero sus padres no tardaron en notar que había una pequeña garrapata aferrada a su cuello.
Lo primero que hicieron fue asegurarse de sacarla lo más rápido posible de allí, pero no podían imaginar que esa simple picada pondría en riesgo la salud de su bebé. Un par de días después, Jackson comenzó a mostrar síntomas muy alarmantes.
Jackson y su familia viven en la ciudad de Louisville en Kentucky, Estados Unidos.
Su temperatura corporal era cada vez más alta y llegó a tener más de 40º C de fiebre. Kayla lo llevó al pediatra, quien le recetó un par de medicinas y lo envió de regreso a casa. Sin embargo, horas después la angustiada madre comenzó a notar que su pequeño tenía extrañas manchas rojas brotando en todo su cuerpo y todo le dolía.
“No se levantaba. No comía. No tomaba agua. No hacía nada y si lo tocábamos lloraba de dolor”.
Fue entonces cuando acudieron a emergencias. Los médicos no comprendían bien lo que sucedía. Alguien comentó que podía tratarse de un caso de la Fiebre con Manchas de las Montañas Rocosas, pero lo descartaron de inmediato porque era muy poco probable.
Con el paso de los días la situación del pequeño no hacía más que empeorar y finalmente realizaron las pruebas para descartar la fiebre. En efecto, tenía la infección de las Montañas Rocosas.
“Dijeron que era muy raro en niños de su edad. Cuando la tienen suelen perder la vida el octavo día. Ese día era el séptimo”.
Jackson entró en una especie de estado de coma durante los días siguientes. Se durmió profundamente el domingo y no volvió en sí hasta el jueves siguiente. Los únicos momentos en los que despertaba se retorcía y lloraba al reaccionar por el tratamiento que recibía.
“Me dijeron que no sabían si sobreviviría. Eso es lo peor que una madre puede escuchar”.
Finalmente comenzó a mostrarse cada vez más fuerte y con más energía. Todavía tienen un largo camino por delante, pero Kayla ha querido compartir su historia para ayudar a crear conciencia sobre la necesidad de no descartar ninguna prueba por el bien de la salud de los más pequeños.
No dudes en compartir esta importante advertencia que podría salvar la vida de otros niños.