El caso de Anna y Olivia mantiene en vilo al mundo. Es imposible comprender cómo un padre puede llegar a la premeditación y crueldad extrema de acabar con la vida de sus propias hijas, con el solo fin de hacer sufrir a más no poder a su expareja.
Quisiéramos saber qué se cocía en la mente de Tomás Gimeno Casañas, de 37 años. Nuevos datos sobre su historia de amor con Beatriz Zimmermann de Zárate, la madre de las pequeñas de 1 y 6 años, parecen aclararlo todo.
Beatriz, ahora de 35 años, y Tomás eran dos adolescentes de familias muy adineradas, viviendo en un entorno pequeño, como lo es Tenerife. Entre clubes náuticos, pistas de tenis, campos de golf y fincas plataneras, vivieron su romance desde los 15 años, sin que nadie pudiera imaginar que todo acabaría en tragedia.
Tomás Gimeno recurrió a la forma más extrema de violencia machista para vengarse de su expareja
Debe quedar claro que Tomás no era un loco, ni un monstruo, ni un enfermo mental. Era un tipo normal, pero con una enorme capacidad para obrar el mal y con un desprecio incomprensible hacia quien fuera el amor de su vida.
Era un hombre que usaba a las personas para sus fines personales, que no eran más que pasárselo bien.
Fue en el verano de 2020 cuando Beatriz se cansó de sus múltiples faltas de respeto, y de su vida centrada en sus vicios, especialmente cuando estando embarazada de la pequeña Anna, descubrió una nueva infidelidad. Entonces decidió poner punto final a 17 años de relación.
Poco después, Beatriz comenzó una nueva relación con un empresario belga de 60 años, llamado Eric, 26 años mayor que ella, algo que horrorizó a Tomás.
“No quiero que ese viejo cuide de mis hijas”, dijo Tomás, según consta en las diligencias del caso.
De los celos enfermizos, Tomás pasó a la violencia física, tanto contra Eric como Beatriz. En repetidas ocasiones, agredió físicamente al empresario belga. Una vez lo hizo llevado por la ira, ya que vio que irían a comer en un restaurante «como familia», y eso no era capaz de tolerar.
Cuando Beatriz intentó impedirlo, ella terminó siendo arrastrada cuando su exmarido la agarró del pelo, todo frente a sus hijas.
Solamente en la segunda ocasión que Beatriz se sintió gravemente amenazada, acudió a la Guardia Civil. Pero finalmente, no quiso poner ninguna denuncia, por el bien de sus hijas. En ese momento, Tomás pudo haber quedado detenido, pero ella prefirió la «paz familiar». Los agentes quedaron alertados, y cuando volvieron a preguntarle si se había repetido algún episodio, ella dijo que no.
Por su parte, Tomás también tenía una relación con la directora de una guardería alemana, a la que iba su hija mayor, Olivia. A esta mujer la conoció cuatro años antes, y con quien engañó a Beatriz desde ese momento.
Beatriz vivía con Eric en la casa de este en Radazul, mientras que Tomás residía en la finca en la que vivieron sus últimos años de relación, en Igueste de Candelaria. Allí es donde presuntamente sedó a las dos pequeñas con medicamentos para luego asfixiarlas y arrojarlas al mar dentro de dos bolsas de deporte amarradas al ancla de su lancha.
TOMÁS, LA OVEJA NEGRA
Los pocos vecinos que lo conocían y gente de su círculo cercano declaran: «tenía mal carácter», «drogas, ligues, peleas y fiestas interminables», «le conocen en todas las discotecas», «el notas era un buscavidas, criticaba a la mujer”, según el dueño de un bar de la zona.
Muchos aseguran que Beatriz le perdonó numerosas infidelidades y que incluso lo aguantó cuando tuvo relaciones simultáneas con varias mujeres.
Era común verlo horas interminables jugando al pádel, en carreras de karts, en su barco, o en motos de agua con amigos.
Nunca tuvo interés por buscarse la vida porque lo tenía todo. Tenía trabajo asegurado en las empresas de su padre, fincas de plátano y cactus, «enchufado» siempre, atestigua un conocido.
Su madre era una mujer extremadamente bella, que ganó varios concursos de belleza. Y sus hermanas, Mónica y Ma. Dolores, prestigiosas abogada y comunicadora, con altos puestos, respectivamente.
Su vida era perfecta, guapo, orgulloso de su familia, «criado entre algodones», sin que nada le costara, todo era como él quería; de hecho, jamás estuvo preparado para un NO. Pero a pesar de su mal carácter, y su personalidad tremendamente caprichosa, parecía un padre adorable y nunca nadie lo visualizó como «asesino».
Si cabe, sí hubo un suceso traumático en el 2018 que probablemente lo tocó para siempre, y es que Beatriz y Tomás perdieron un bebé tras pocas horas de nacer. Se llamaría Tom, como el padre, y es algo que lo dejó derrumbado.
LA MUERTE DE LAS NIÑAS
Cuando se le preguntó a un pescador que lo conocía, aseguró: “Desde el cuarto día, cuando ya se encontró la lancha sin el ancla, todos aquí sabíamos a dónde había ido: a una marca de pesca que él conocía bien, porque ahí hay una fosa de 1.000 metros. Lo tenía todo pensado, pensaba que no lo pillarían jamás”.
Si bien la Guardia Civil barajó como última opción el que Gimeno atentara contra la vida de sus hijas, especialmente porque la propia madre seguía confiando en su promesa de que las «cuidaría mucho», todo dio un giro inesperado con el hallazgo del cuerpo de Olivia.
Más increíble incluso es que Beatriz repitiera hasta el final: «Es un buen padre», con la esperanza de que todo fuera un teatro.
Ahora, tras revelarse en el auto judicial que Gimeno ya había matado a las niñas, y las había metido en su auto antes de cruzarse con la Guardia Civil, la propia juez duda de que se haya quitado la vida.
“Ese ha matado a las niñas y ha hecho todo lo demás, lo de dejar la botella y el edredón, para despistar a la policía”, aseguró, por su parte, la camarera de un bar que lo conocía.
En medio de esta tragedia tan dolorosa, si alguna lección se puede sacar de todo esto es el «mea culpa» que debemos autodirigirnos como padres y como sociedad sobre el tipo de hijos que lanzamos al mundo. Tomás lo tenía todo, en exceso quizás, y es entonces cuando un niño con cero tolerancia a la frustración, puede pasar de unos celos excesivos a ser el asesino de sus hijas. ¡Comparte!