Miraba hacia arriba y sólo quería escapar de allí, de esos gritos, de esos insultos, de esos dedos señaladores, de esas miradas apabullantes, de ese infierno… Y llevarse a su hijo de allí cuanto antes. ¿Su cirmen? Haber sacado a su pequeño de 3 años con autismo a pasear (cuando todavía las autoridades no lo permitían).
Vivi López-Castro es una de esas heroínas sin capa, una madre soltera que vive en Oviedo (España), con su hijo Martín. Esta es su impactante historia…
«¡Para casa!, ¡Por culpa de gente como tú se está muriendo otra!, ¡HDP! ¡Ojalá os muráis!”, era lo que le gritaban desde los balcones, en absoluto contraste con los aplausos que más tarde, a las 8 , resonarían en homenaje a los sanitarios.
Hubiera querido explicarles con todas sus fuerzas por qué lo hacía, pero era imposible. Como si fuera el mismo Cristo a quien debían crucificar, llena de impotencia sólo se llenaba de dolor con tanto insulto, en medio de lo difícil que supone manejar a su pequeño en situaciones así.
Vivi cuenta cómo eran ya –antes de la pandemia- las jornadas extenuantes en casa tratando de sacar adelante un niño con espectro autista. Su hijo no habla, cuando le diagnosticaron TEA, tuvo que dejar su trabajo como dependienta en una tienda de telefonía para dedicarse por entero a Martín.
No le quedó otra opción que aceptar un salario social de 500 euros al mes, de los cuales 200 se van a un logopeda privado.
El día a día de esta madre y su hijo, transcurría entre alarmas, horarios y pictogramas que ayudaban a hacer comprensible a Martín un mundo exterior que resulta caótico y apabullante. El pequeño no escucha, no atiende órdenes, su madre tiene que anticiparse a cualquier posible cambio de circunstancias porque de lo contrario, entrará en crisis, llegando incluso a autoagredirse.
Pero tras varios días encerrado y sometido a un cambio repentino de rutina, el niño estaba muy nervioso, sin entender nada, ni capaz de procesar algo que para un pequeño de esas condiciones puede convertirse en un verdadero tormento.
Fue entonces cuando Vivi decidió sacarlo a los alrededores para que explorara un poco y se despejara.
La salida implicaba todo un protocolo: con un spray desinfectante en una mano y un trapo en la otra, Vivi lo seguía porque él era incapaz de entender que no puede tocarlo todo y por supuesto que ponerle guantes y mascarilla, era misión imposible. Así que ahí iba la madre detrás, para evitar como pudiera que su pequeño se infectara y ella también.
«¿Si me enfermo yo, quién lo va a cuidar?», pensaba ella.
Pero a pesar de todo lo complicado de su condición, la madre sabía controlarlo y hacer de las salidas auténticas aventuras en la búsqueda del tesoro.
Lo que nunca imaginó es que ese segundo de liberación que para ella fue un respiro, se convertiría en una amenaza mayor poniendo a su hijo de los nervios por la culpa de los vecinos.
Sabía que no todos tenían por qué saber lo que le pasaba a Martín, por eso andaba con una carpeta repleta de documentos que acreditaban que el niño tenía autismo para enseñarlo a los agentes. Pero eso a los vecinos les daba igual…
Cuando Vivi miró hacia arriba y empezó a escuchar semejante ola de insultos pensó:
“Pero, ¿y quiénes sois vosotros para gritar a nadie? ¡Llamad a la policía si estáis viendo algo raro!”.
Resignada, tuvo que volver a casa con Martín y como era de esperar, el niño lo sintió todo y estalló: gritaba, iba de un lado para otro, lanzaba cosas, se agredía…
Pero ahí estaba ella, la experta de esas duras situaciones para con su sonrisa, dulzura e infinita paciencia, dominar aquello.
“Me tiro al suelo, a su altura, muy despacito y empiezo a decirle: Tranquilo, cariño, no pasa nada. Mamá está aquí. Con voz muy dulce y muy suave, aunque él me esté mordiendo en ese momento. Todo hasta que consigo que se apoye en mí. Ahí empiezo a balancearle y a acariciarle la espalda. Y así, poco a poco y aunque me cueste horas, consigo lo que parecía imposible: Martín vuelve a respirar tranquilo mientras abraza con fuerza uno de sus 17 muñecos de elefante, su animal favorito», es el impactante relato de esta gran mujer.
Así las cosas, después de 3 días de gritos de los vecinos, Vivi no se iba a dar por vencida y ahora salió con una pancarta enorme en la que ponía:
“El niño es autista”, con letras mayúsculas muy grandes.
Asegura que no era la solución que le gustaba porque bastantes etiquetas le han puesto ya, «y todas las que le pondrán».
Pero hizo el efecto que quería. Muchos decidieron esconderse avergonzados, otros simplemente ya no decían nada. Y sólo una doctora se acercó a pedirle disculpas, diciendo que el cansancio de la guardia que tuvo que hacer ese día no le permitió pensar más allá.
Mientras tanto, la joven madre, que aunque no tiene tiempo ni para peinarse, maquillarse, pero aún salir con amigas, concluye:
“Algunos creerán que mi vida es una mierda, pensarán que soy una pobritina, pero yo soy feliz y tiro con lo que tengo. Cuando quieres a alguien como yo quiero a Martín, todo lo demás te da igual”.
ACTUALIZACIÓN
Vivi no podía imaginar que su historia causaría tanto revuelo en las redes. La Policía de Oviedo no tardó en responder llevando un regalo a Martín, como premio a su esfuerzo y para que supiera que cuando necesitara su ayuda, ellos estarían allí para socorrerlo.
Mira el hermoso gesto de los oficiales en este video ¡Imposible contener las lágrimas!
No te vayas sin compartir esta impactante historia para la que las palabras sobran. ¡Qué importante en la vida es aprender a no juzgar! Enviemos un mensaje de solidaridad para esta y todas las madres con hijos de condición especial que en esta pandemia lo están dando todo.