A los miles de médicos que luchan todos los días en la dura batalla contra el brote de coronavirus no les sirve que los llamen héroes. Los galenos que han sucumbido y dejado sus vidas para salvar las de otros no son ningunos paladines, son mártires, porque esas muertes pudieron prevenirse.
Antonio Gutiérrez entregó su vida por sus pacientes. Y es que, obviamente, el gremio de la salud es el sector que ha tenido sobre sus hombros el mayor peso durante esta pandemia que destroza vidas, e incluso llega a anular las esperanzas del ser más optimista.
Gutiérrez, era coordinador del centro de Salud de Eras de Renueva de Sacyl, en España, un verdadero profesional comprometido con paliar esta crisis y, por ende, uno más de los hombres y mujeres en la primera línea de respuesta ante la enfermedad. Antes de ser diagnosticado con el virus, trabajó 32 horas seguidas, en silencio.
Tal era su entrega que intentó seguir trabajando sin saber del contagio, pero poco a poco sus fuerzas lo fueron abandonando y debió dejar a sus queridos pacientes completamente desamparados.
“Sin medios, sin nada, él estuvo trabajando 32 horas seguidas porque, simplemente, no había médicos”, contó con dolor su hija, Ana Gutiérrez.
La joven contó que varias veces intentó infructuosamente rogarle a su padre que volviera a casa, temerosa de lo peor, a lo que él se negó rotundamente alegando que no podía dejar a su gente convaleciente resignada a la muerte.
Después de la larga jornada, Antonio estaba realmente agotado, pero, a ese cansancio se le sumaron los síntomas clásicos que ya todos conocemos y que daban cuenta de la posibilidad de que se hubiera contagiado con la enfermedad.
Dos días después de terminar su faena, una fiebre por encima de los 38,5 grados que creyó rutinaria fue el presagio de lo que luego no tendría vuelta atrás. Sin embargo, este hecho no le preocupó demasiado y tomó un tratamiento para volver a su puesto de trabajo, ante la emergencia sanitaria que era su principal preocupación.
Lamentablemente, este hospital donde Gutiérrez salvaba vidas, como tantos otros en el mundo no contaba con las medidas suficientes y los equipos de protección adecuados, esto es, elementos básicos como batas protectoras o mascarillas. Tan solo podía proteger sus manos con guantes.
Su salud empeoraba a cada momento. Sentía que no podía más y fue entonces cuando decidió tomarle la palabra a su hija y regresar al resguardo de su hogar.
“No puedo más, me vuelvo para casa”, le dijo Antonio a su hija por teléfono.
Ya en casa, con los suyos, su estado se complicó, de modo que llamó a sus colegas de Sacyl al notar que sus síntomas comenzaban a empeorar y que, lo que parecía una gripe común era COVID-19.
Lo más triste es que nadie del personal del servicio sanitario hizo algo por él. Nadie se desplegó ni hubo alguna clase de protocolo para ayudarle. Él lo único que quería era que se le hicieran pruebas y la respuesta fue patética y absurda: “toma paracetamol y quédate en la cama”.
Después de esto, Ana tuvo que llevarlo por sus propios medios y casi a rastras a la atención de Urgencias del Complejo Asistencial de León. No tuvo la oportunidad de darle un último adiós a su padre.
Hoy lo recuerda como el hombre sacrificado que fue en vida, cuyo único propósito estribó siempre en ayudar a otros. Tristemente, cuando tuvo que ser él mismo la víctima, nadie actuó en reciprocidad.
Comparte esta historia con tus seres queridos. Lo demás quedará para la reflexión de cada quien.