Es innegable que tarde o temprano muchos terminan aprendiendo a ser padres de sus hijos de manera natural. Nunca se nace sabiendo, pero a lo largo del camino han sabido educarlos con lo que mejor que saben: amar.
Pero algo que a la mayoría también le llega de modo inevitable es el convertirse en padres de sus padres. La más dura de las experiencias, y para la que nadie nos prepara. Así lo cuenta el psicólogo Alejandro Schujman en relación a los testimonios que recibe en su consulta:
“Mi padre tiene ya 92 años. Todas las semanas espera el domingo para «la historia». Los dos amamos el mundo de la fantasía. Me enseñó a navegar en universos de princesas, piratas, dragones, castillos, duendes y unicornios. Pero mi héroe más fantástico fue siempre él. Hoy ya no camina, pero desde su silla espera como un niño que lo sorprenda. Cincuenta años después, quien inventa las historias soy yo. Al principio me entristecía, pero hoy disfruto y le devuelvo algo de lo mucho que él me dio de pequeña. Se cierra un ciclo, bello y triste a la vez; como la vida misma ¿no?»
«Los brazos fuertes que nos acunaban hoy tiemblan. Las miradas que nos protegían hoy son cuencos confusos y temerosos», dice Schujman.
Quien inventaba juegos para hacer de la comida un placer, hoy necesita que le cortemos la comida en trozos pequeños. Quien nos hacía “¡a la una, a las dos, a las tres!” para saltar al cielo, hoy no puede subir la escalera si no le damos nuestro brazo como apoyo.
De nuestros “¿cuánto falta? ¿cuándo llegamos? ¡No quiero esperar más!”, al angustioso “¿Que día es hoy, hijo mío?”.
El tiempo pasa inexorablemente para todos y también lo es para nuestros padres, y vaya que es una tarea difícil por lo frustrante que puede suponer ver los seres que eran nuestros héroes y nuestras rocas, derrumbarse como las criaturas más frágiles.
“Me parte el corazón verla tan frágil, indefensa y desvalida. Ella me sostenía a mí, era un roble, y ahora depende de mí, es una muñequita de porcelana. No puedo acostumbrarme a verla de esta manera”, comenta una paciente de Schujman.
Y es que al cuidarlos se nos revuelve todo por dentro y revivimos esos primeros años de vida repletos de besos y caricias, donde la cama de papá y mamá era el lugar más seguro del planeta, el mismo que ahora ellos necesitan.
¿Y qué pasa si mis padres no fueron amorosos?
Aquí no hay nada como pensar que cuando no estén, si no sabemos darles todo el amor, aunque inclusive no se lo merezcan, nos arrepenterimos para siempre.
Las cuestiones no resueltas en el pasado se vendrán encima si las posponemos y la muerte de nuestros padres nos sorprenderá antes de que resolvamos o zanjemos diferencias. No dejemos para mañana los conflictos que podemos resolver hoy.
¿ y Qué sucede con nosotros?
Suele suceder que al convertirnos en padres de nuestros padres, empezamos a protegerlos de todo lo malo, olvidándonos de que nosotros seguimos siendo hijos.
«Escondemos un diagnóstico del pediatra para que la enfermedad del nieto parezca algo simple. Escondemos los problemas matrimoniales para aparentar que construimos una familia duradera. Filtramos la angustia que puede ser temporal en lugar de compartir cualquier problema».
Nos vamos quedando un poco huérfanos… Nos mantenemos con los ojos abiertos en el medio de la noche sin poder correr llorando a la cama de nuestros padres.
Pero nos consuela el saber que ellos nos tienen sólo a nosotros y que lo que hacemos apenas es devolverle lo mucho que hicieron por nosotros y que todo se lo debemos a ellos.
¿y cómo ser buenos padres de nuestros padres?
«Sonríe frente a sus comentarios seniles o cuéntales un chiste mientras comen juntos. Escucha aquella historia repetida hasta el cansancio como si fuera la primera vez y haz preguntas como si todo fuera inédito. Bésalos en la frente con toda la ternura posible, como cuando pones a un niño en la cama, prometiéndole que cuando abra los ojos, a la mañana siguiente, el mundo aún estará allí, como antes, intocable, para que juegue».
Todos los hijos tenemos la posibilidad de acompañar y ser protagonistas de los últimos años de la vida de los padres, de devolverles en algo el amor recibido, y de cerrar ese ciclo ineludible de vida con la conciencia tranquila de que se han marchado rodeados de todo el cariño… ¡Porque nos hemos dejado la piel para que fueran felices hasta el final!
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