Julia Janssen tiene 24 años, sufre de anorexia y su caso había llegado a tal extremo que escondía la comida en sus orejas y untaba la manteca en su pelo para no ingerir ningún alimento.
Los psicólogos que la atendieron, cuando finalmente fue internada con un peso que apenas superaba los 35 kilos, aseguran que ha sido el peor caso que han visto.
En sus peores semanas, Julia estaba tan paranoica que no tomaba ni siquiera agua, pues temía que estuviera contaminada y no tocaba la comida por miedo a que la absorbiera su piel.
Su pelo se cayó a pedazos, dejándole parches en el cuero cabelludo y tareas simples como tomar una ducha la dejaban exhausta.
Julia sufría un caso extremo de anorexia.
Su presión estaba tan baja que se desmayaba todo el día y sus labios y dedos se ponían azules porque siempre tenía frío a pesar de usar mucha ropa abrigada y gorros de lana todo el año.
Julia es oriunda de Zurich, Suiza, y junto a todos los trastornos que le generaba la anorexia en su cuerpo, perdió control de su vejiga y tenía laceraciones en su piel constantemente, pues sus huesos rozaban con su ropa y la lastimaban.
Su comportamiento era extremo.
Ahora, tras meses de tratamiento, Julia ha engordado 9 kilos, pero advierte que por más que se vea mejor, aún no lo está.
“Estoy en una fase muy confusa de mi recuperación” dijo. “He trabajado muy duro para engordar y me veo mucho más saludable, pero mi mente no lo comprende aún”.
“A veces me miro en el espejo y peleo con lo que sucede en mi mente, que no coincide con lo que ve en el espejo”.
Para Julia “Esta enfermedad todavía es una gran parte de mi vida y la sigo peleándola, pero no me veo tan enferma, lo que es difícil de aceptar”.
“Pero el tema es que alguien puede verse completamente sana, pero todavía puede luchar inmensamente con un problema alimentario”.
Ahora muestra en su cuenta de Instagram el «antes y después».
Julia recalca que no necesariamente una anoréxica es flaca al extremo, por lo que hay que tomar en serio a las mujeres con problemas antes de que lleguen al extremo que llegó ella.
A los 13 años Julia comenzó a tener problemas con la comida, pero la enfermedad realmente se apoderó de ella dos años después, pero recién a los 16 le diagnosticaron anorexia nerviosa.
Desde los 13 años sufre la enfermedad.
Estaba tan obsesionada que para no ganar peso se levantaba a mitad de la noche para hacer durante horas ejercicio que le permitiera bajar lo que había comido “de más”.
“La anorexia me dio la falsa idea de que tenía el control y que estaba evitando los problemas que venían con la pubertad”.
“Era más fácil preocuparme por mi peso y la comida que enfrentar los verdaderos problemas del mundo”.
Incluso contó que “si alguien me estaba mirando cuando desayunaba, para asegurarse que no hiciera trampa, untaba la manteca en mi pelo y en las orejas”.
“Metía la comida en mis bolsillos, en el sofá o en mi cartera… arruiné tantas carteras hermosas al esconder todo tipo de comida dentro de ellas” cuenta.
En un año ya engordó 9 kilos.
A pesar de que los doctores le alertaban que podía tener un ataque cardíaco en cualquier momento, ella no quería ver que estaba en peligro de morir. Así perdió sus amigos, dejó la universidad y no podía trabajar.
“Tenía planes y sueños. Quería ir a la universidad. Quería hacer música. Quería trabajar”.
En diciembre del 2014, Julia supo que no llegaría a Navidad si no comía y no quería que sus padres la tuvieran que enterrar. Su menú diario consistía en un yogurt o dos rebanadas de pepino.
Les pidió a los doctores que no la internaran, que iba a comenzar su recuperación en su casa, comiendo por sus propios medios. Aunque accedieron, le advirtieron que si no mejoraba, iban a internarla.
Pero lo logró. Julia aprendió a comer con más de 3.000 calorías al día para recuperar su peso.
“Mi meta es que quizás, algún día, mi vida sea el 95% mía otra vez y que mi problema alimenticio sea una pequeña fracción de ella”.
Julia piensa en su futuro y consigue la fuerza para seguir.
Comparte la historia de Julia para que generemos consciencia de esta horrible enfermedad.