«En una gloriosa y soleada mañana australiana, entré en la pequeña iglesia donde la familia Platell ha ido a a rezar durante décadas. Delante de mí, frente al modesto altar, estaban dos ataúdes. Supe al instante cuál era el de mamá. Era más pequeño, e incluso llevaba sus mejores zapatos de domingo», empieza el conmovedor relato de Amanda Platell, una reconocida periodista australiana.
«Si es posible que un corazón se rompa, el mío lo hizo en ese momento, viéndolos juntos por última vez, lado a lado, agarrados de la mano, como lo habían hecho durante sus más de 70 años de matrimonio», cuenta su impresión al presenciar la partida de sus padres.
Pero ellos no eran una pareja cualquiera…
Norma June Platell, de 90 años, y Francis Ernest Platell, de 92, habían permanecido toda una vida el uno al lado del otro. Y ahora incluso en el momento de dar el paso al más allá, lo habían hecho juntos. ¡Fallecieron con minutos de diferencia!
«Mi único consuelo era la idea de que incluso en la muerte fueron inseparables. Mamá estaba a la derecha y papá a la izquierda, de la misma forma en que siempre habían dormido en la cama», cuenta Amanda.
En la noche del 6 de enero a las 11.45, la enfermera los atendió en la casa de cuidados Mercy Care, un hogar de ancianos católico donde no solo compartían una habitación, sino que también juntaban sus camas para poderse tomar de la mano.
En ese momento, Norma empezó a respirar de manera inusual, mientras que Francis estaba particularmente inquieto. La enfermera regresó diez minutos después, y en breve, ambos habían fallecido, pacíficamente y agarrados de la mano.
Ni siquiera el médico pudo deducir quién había muerto primero.
Norma tenía un avanzado Alzheimer que le había hecho perder el habla y los médicos le habían dado muy poca esperanza de vida, pero sólo el amor por su marido la mantenía viva. De hecho, sus últimas palabras de lucidez, previsiblemente fueron: «Mi esposo».
Francis había sufrido varios paros cardíacos, por lo que sus dos hijas Cameron y Amanda, decidieron que lo mejor sería una atención las 24 horas en un centro de mayores, donde los atendían de maravilla.
El par pasaba todo el día juntos, tomados de la mano, viendo la televisión en un pequeño sofá, pero ella habitualmente se quedaba dormida en el hombro de su marido. A él no le importaba atenderla, incluso alimentarla, con tal de estar a su lado.
«En última instancia, el hogar está dondequiera que esté mamá», les decía Francis a sus hijas.
Pronto, las enfermas empezaron a notar una actitud muy extraña en una paciente de Alzheimer dada su casi nula actividad cerebral.
«Si él se negaba a comer, ella se negaba a comer. Si él rechazaba el agua, ella también. Ella estaba imitando su comportamiento. Algunos lo llaman ‘hermanamiento’, cuando dos mentes están perfectamente sintonizadas entre sí», relata Amanda.
Finalmente, muchos de los que fueron testigos de esta excepcional pareja en Mercy Care, entendieron que una sola cosa era la clave de su larga vida: su profundo e incondicional amor de 70 años.
Cuando Amanda estuvo explorando algunas de sus pertenencias encontró una carta de la juventud de Norma que la desarmó.
«Mi querido novio, Francis, estoy tan emocionada de convertirme en tu esposa. Te prometo ahora ante mi Señor que te amaré con todo mi corazón y sobre todos los demás por el resto de mi vida. Supongo que algún día tendremos hijos y también los amaremos».
Sin duda, no era una pareja cualquiera, y quizás por eso el día de su funeral, la iglesia estaba abarrotada. «El final de sus vidas fue de una manera tan hermosa, que creo fue una bendición de Dios», concluye Amanda.
Comparte esta conmovedora historia de para que todos sepan que ese amor verdadero y duradero existe, sólo es cuestión de regarlo día a día.