El dolor que arrastra el COVID-19 a su paso ha marcado la vida de muchas personas, en lo que va de la pandemia infinidad de familias perdieron a sus seres queridos. Pero lo vivido por una mujer en Michigan en solo tres días, no tiene nombre.
Sandy Brown es una agente de bienes raíces de Michigan; vivía con su esposo, un ministro religioso 59 años de nombre Freddie Lee Brown Jr.
La pareja estuvo felizmente casada durante 35 años, siempre quisieron ser padres. Ya Sandy había tenido dos embarazos fallidos, y a los cuarenta años nació su único hijo, Freddie Lee Brown III.
Sonny, como cariñosamente lo llamaban, estudiaba en el Mott Community College, y quería formar parte del equipo de fútbol americano de la Michigan State University,
Un día el padre empezó a sentirse mal, ingresó al hospital y los médicos se dieron cuenta de que había sido infectado por el coronavirus. Dos días estuvo ingresado, y el personal médico llamó a Sandy, necesitaban verla urgente.
La mujer temió lo peor, quería llegar rápido para abrazar a su esposo y decirle cuánto lo amaba y necesitaba. La vistieron con el equipo de protección, y pudo mirar con profunda tristeza a su amado sin vida.
Acarició su mejilla a través del frío guante, y con el corazón destrozado le dijo adiós. Pero la desgracia apenas comenzaba, llegó a casa con el alma rota y al día siguiente su hijo también enfermó.
Sonny tosía y tenía fiebre. Lo llevó al hospital y el joven presentó rápida mejoría, pensaban dejarlo volver a casa. Pero comenzó a presentar dificultad para respirar. Nuevamente fue llamada al hospital, cuando llegó nada se podía hacer.
“En tres días perdí a mi esposo y mi hijo gracias a una plaga horrible. Vi a mi hijo pasar de estar completamente bien, entero y feliz a muerto en tres días”, dijo la madre entre lágrimas.
Sandy aun no ha presentado síntomas del virus pese a que estuvo en contacto directo con dos personas contagiadas.
Sus familiares y amigos se acercaron a casa para apoyarla, le llevaron cena, pero debieron dejarla en el garaje. A través del vidrio de una ventana se miraron y lloraron.
La fuerza que ha demostrado es admirable, nadie quisiera estar en su piel en estos momentos
Los actos fúnebres fueron restringidos a veinticinco personas, entraban a la funeraria uno por uno con mascarillas, a la salida se desinfectaban las manos con gel antiséptico.
En el cementerio Sandy miró, desde el asiento de un vehículo en el estacionamiento, como inhumaban a sus dos amores.
“Es tan injusto. Ni siquiera puedo darles un entierro digno. Solo debo ponerlos en una caja y meterlos en un agujero”, expresó la sufrida mujer.
Un oso de peluche morado fue colocado dentro de los féretros como cumplimiento de una tradición familiar.