La pesadilla que cientos de ancianos viven en el interior de las residencias de mayores es un secreto a voces. Y ahora, con la crisis del coronavirus, el panorama es mucho más cruel y crudo de lo que muchos podrían imaginar.
Raquel Alonso Chicharro, una joven de 32 años, ha podido constatar a ciencia cierta ese infierno en una residencia de Cataluña. Y en desgarradoras declaraciones al medio español La Vanguardia, ha desenmascarado lo que vivió en apenas 6 horas, cuando acudió como voluntaria remunerada.
Desde que vivió esa aterradora experiencia le quedó clara una sola cosa: «Jamás llevaré a mis padres a una residencia». Ahora ha decidido hablar para denunciar los hechos y que el mundo sepa todo lo que se cuece dentro de esas paredes.
Todo empezó cuando recibió una llamada de una oficina de la Conselleria de Afers Socials para incorporarse a la residencia el pasado 30 de marzo.
«Mi primera impresión fue: se están muriendo”.
Pero cuando pasó a la sala de la tele, entendió que claramente todo el personal estaba involucrado y no quería ser descubierto. “Ese día las cámaras de esa sala estaban tapadas con cinta aislante de color amarillo y negro”. Era evidente que no querían que supieran lo que ahí pasaba.
Relató con impacto cómo algunos se quedaron sin desayuno y nunca le supieron dar una explicación. En pocas horas, el control de las medicinas era un caos, todas por el suelo, ya no había guantes ni batas, y manipulaban a pacientes de coronavirus sin protección, pero reconoce que luego se dio cuenta que esa carencia era lo de menos.
Recuerda la indignante respuesta de una enfermera cuando Raquel trató de dar el desayuno a una anciana que era imposible que se alimentara sola: “Déjala, que coma sola”, le dijo. «¡Esa abuela no podía abrir ni los ojos¡”, exclama Raquel. Y cuando ella trataba de dar una mano a alguno de los viejitos dejados a su suerte, sólo le decían: “Aquí hay que ir deprisa ¿sabes, nena?”.
«Usaban apodos y se referían de ellos de forma despectiva, a una anciana la llamaban «la loca» y a otro «el cabrón».
Vio cómo una enfermera le daba puñetazos en el pecho a ese pobre anciano: «¿Ahora ya no puedes pegarme, eh?», le decía al que todos llamaban «cabrón».
Mientras que refiriéndose a «la loca», le dijo: «Si quiere salir de la habitación déjala, a ver si pilla el virus y se muere de una vez”.
“Lo que vi y experimenté es muy inhumano, una crueldad”, dice Raquel recordando que a media mañana ya no le quedaban lágrimas.
En otro momento, cuando quiso cambiar el pañal a un anciano, llegó otra de las enfermeras fijas y le dijo: «¿Qué haces? si se va a volver a cagar”. A la par que otra enfermera tiró muy fuerte del brazo a un abuelo en silla de ruedas. “Ay, ay. Me haces daño”, gritó el pobre hombre.
Cuenta con especial impresión cómo las miradas suplicantes de esos ancianos se quedaron grabadas para siempre en su alma.
“¡Es que no hace falta que digan nada!. Les miras a los ojos y te lo dicen todo. Son muy conscientes de que los maltratan y que de esta no pasan”.
Al fin, cuando llegaron las 14h30 se marchó diciéndoles en la cara que no volvería más porque no era capaz de ser testigo de semejante falta de humanidad. Tras informar a la Generalitat lo ocurrido, le ofrecieron disculpas. Pero ella asegura que cuando vuelva todo a la normalidad tomará cartas en el asunto y llevará el asunto a la Justicia. Por su seguridad, ha preferido no revelar el nombre del centro.
Escuchar el testimonio de esta mujer eriza la piel a cualquiera, es realmente desgarrador tan solo imaginar lo que tienen que sufrir estos ancianos en manos de supuestas profesionales que dejan tan mal a otras miles que sí lo hacen muy bien. ¡Comparte esta noticia y ayúdanos a levantar la voz!