Desde hace seis meses Pablo Fracchia, de 37 años, trabajador social, se convirtió en padre de una niña que vivía sola en un hospital.
A los 15 años se manifestó su gran vocación de servicio, se inscribió como bombero voluntario y a los 16 años trabajó en la Cruz Roja, quería ser médico, pero motivado por el trabajo que hacía con esa institución en los desastres y emergencias decidió ser trabajador social.
Pablo era adolescente cuando desempeñó una de sus primeras labores como voluntario, en 1999 tras un accidente de un avión de LAPA en el que fallecieron 65 personas, ofreció apoyo psicosocial a los familiares de las víctimas congregados en el hospital.
En el año 2004, tras el incendio de una discoteca de Cromañón que acabó con la vida de 194 personas, también ofreció su colaboración, pero en la morgue.
“Hay escenas que no logras olvidar jamás, recuerdo los teléfonos móviles de las víctimas sonando dentro de las bolsas. No es fácil desprenderte de tus emociones y tener la cabeza fría para ayudar en una situación tan dramática. Después pasaba varios días llorando, procesando, no entendía cómo el mundo podía seguir como si nada”.
Comprometido a ayudar a los demás
Tras dedicar dos décadas de su vida a intervenir en catástrofes y crisis humanitarias, renunció a todo para luchar por la adopción de Mía.
Él participó como voluntario en las labores de rescate del desastre ocurrido por el alud que sepultó a Tartagal, y también ayudó en el Líbano colapsado por la gran cantidad de refugiados sirios, considera que esa fue la experiencia más devastadora que ha vivido. Pablo pasó meses ayudando con más de 10 cortes de luz al día, sin agua potable, con las calles repletas de basura, enfermedades y un olor a podrido muy intenso.
“Vi familias enteras comiendo pasto y tomando orine. Es el resumen de todo lo que en la humanidad está mal para mí”.
Asimismo, trabajó en incendios forestales, ante una tragedia, él estaba ahí dispuesto a ofrecer su ayuda.
Además, trabajó por la defensa de los derechos de la diversidad de género, aunque todo lo interrumpió cuando conoció a la niña que ha sobrevivido a eventos muy duros desde los primeros días de su vida.
En Buenos Aires, Argentina, Pablo comparte su hogar con Mía, una pequeña que adoptó tras una larga batalla.
Cuando Mía tenía apenas cuatro días de nacida sobrevivió al peor pronóstico médico, estuvo a punto de morir, y desde entonces pasó un año viviendo completamente sola a cargo del personal sanitario en un hospital de La Plata.
Embajador de la igualdad
Pablo es una familia monoparental, eligió adoptar a Mía y desde la década de los 90 lucha por defender los derechos de la comunidad LGTBY porque vivió en carne propia lo que es sentirse rechazado por tener una identidad de género y preferencia diferente.
“Yo siempre había soñado con ser padre, cuando pensaba en el futuro me lo imaginaba jugando con niños en un parque. Pero no era frecuente que los de mi condición fueran padres y uno de los obstáculos para salir del armario era asumir que tenía que renunciar a ese sueño.
Deseaba ser hetero y eso me daba mucha culpa. Una psicóloga me dijo que así tendría todo resuelto, podría casarme y ser padre sin sufrir discriminación”, relató.
Pero la valentía de Pablo lo motivó a ser defensor de la diversidad en Argentina y América Latina, luchó para que en su país se aprobara el matrimonio en personas del mismo género.
Su gran sueño: ser padre
Aunque Pablo se había separado de su pareja, contemplaba la posibilidad de formar una familia monoparental. Se registró en el Juzgado de Familia número 1 de Avellaneda, pensaba que por ser soltero y homosexual quedaría rezagado.
“Fueron dos años de mucha ansiedad, de esperar algo que no sabes si va a llegar, cuándo va a llegar. Pero también dos años para entender que la decisión de adoptar implica romper con la idealización del ‘hijo perfecto’, la idea de esperar a bebés recién nacidos”, relató Pablo.
La realidad es que hay muchos niños grandes que se han enfrentado a circunstancias muy duras y esperan la oportunidad de ser amados y protegidos.
Pablo resalta que cuando los niños son adoptados no olvidan ni superan automáticamente su pasado, y sus padres deben ayudarlos.
En octubre del año pasado, Pablo trabajaba cuando le informaron sobre la situación de una niña de un año y diez meses que permanecía desde hace un año en el hospital.
La niña había sobrevivido a una perforación intestinal cuando era recién nacida, tenía una colostomía, la sometieron a dos operaciones y ningún familiar biológico se hacía cargo de ella.
Para ofrecerle una familia entrevistarían a cuatro parejas y a Pablo, sintió que tenía pocas oportunidades de ser elegido, pero aceptó la propuesta.
“En primer lugar conversé con mi familia a ver si estaban dispuestos a ayudarme. Todos dijeron que sí desde el primer momento. Fui a la entrevista con mi mamá y me dijeron que me darían la respuesta al día siguiente.
Fuimos a comer con pocas esperanzas y sonó el teléfono, era la secretaria del juzgado, creí que había olvidado un documento, pero me dijo: ‘¿Sigues con tu mamá? No queremos que recibas la noticia solo: esta llamada es para decirte que te elegimos’”.
Pablo rompió en llanto, y su madre informó al resto de la familia que sería padre. Al día siguiente fueron al hospital a conocer a Mía.
Él estuvo visitando a la niña todos los días mientras su familia adquiría todo lo necesario para ella, dos semanas después, la recibió en su hogar.
“Te elegimos porque Mía necesitaba a alguien que la abrazara durante un año entero”, le dijeron a Pablo. La niña no caminaba, ni hablaba.
Ahora camina, se expresa sin ninguna dificultad en su lenguaje, baila y juega, incluso descansa mejor porque se siente protegida.
Está feliz y agradecido de poder ofrecerle a Mía el hogar que tanto necesitaba durante esta cuarentena, finalmente la niña tiene un padre a tiempo completo con muchas ganas de cuidarla y ofrecerle lo mejor.
Su historia ha emocionado a muchas personas que expresan su admiración a este padre, aunque también ha generado opiniones encontradas sobre su decisión de formar una familia monoparental. Compártela.