Julio Ruiz Palomino es un médico alergólogo de 48 años que se ha caracterizado por participar en iniciativas solidarias durante su carrera.
Ofreció su ayuda tras el terremoto de Haití en el año 2010, también en el accidente aéreo del avión de Spanair de Madrid, en la crisis del ébola y en la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo, en esta oportunidad no podía ser la excepción.
De hecho, él tiene una mochila preparada por si ocurre una tragedia en cualquier parte del mundo donde su labor haga falta, así podría tomar un avión cuanto antes. Ha ayudado también en los incendios forestales de Portugal y Galicia.
El doctor Julio está luchando contra la pandemia del coronavirus. Trabaja en el hospital improvisado en los espacios del IFEMA en Madrid, y tuvo que mudarse a una caravana para proteger a su familia del virus.
Aunque para algunas personas la única consecuencia que han sufrido de cerca durante esta pandemia es que deben trabajar en casa, y atender a sus niños, hacer deberes y cocinar, para otras es un dramático y doloroso episodio.
Podemos citar a quienes han perdido a un ser querido contagiado de COVID-19, a quienes no tienen un lugar seguro en el cual protegerse. También hay personas que no pueden regresar a sus viviendas porque tras la medida de confinamiento y el cierre de fronteras no pudieron retornar.
Otras familias pasan noches de insomnio pensando cómo solventar los gastos fijos sin percibir ningún ingreso por haber perdido su medio de sustento. Pero el personal sanitario también se enfrenta a una dura realidad, al lado más doloroso de la pandemia.
Julio Ruiz no puede ir a su casa, este médico del Summa 112 (Servicio de Urgencias Médicas de Madrid), estuvo a cargo de trasladar a pacientes sospechosos de coronavirus al Hospital Carlos III.
Cuenta que hace un mes podían trasladar a ancianos enfermos a hospitales y también hacían pruebas diagnósticas de COVID-19 a domicilio.
Todo empeoró, y cuando Julio vio cómo el coronavirus también afectaba a pacientes jóvenes decidió mudarse a una caravana para proteger a su familia.
“Se me muere la gente en los brazos”, dijo el médico.
El vehículo que empleaba para visitar la montaña o algún lugar desconocido con su esposa Susana y sus hijos, Rodrigo, de 13 años y Alberto de 10 años, se convirtió en su nueva casa.
La caravana permanece aparcada frente a su vivienda, desde ahí puede ver a sus hijos desde la verja, aunque no permite que se acerquen. Cuando sus dos perros corren emocionados para saludarlo, él los hace entrar en casa con señas para prevenir que puedan transportar el virus.
“No salgan sin abrigo, por favor hagan los deberes”, se comunica con sus hijos desde la acera, frente a su vivienda.
También se comunica con ellos a través del teléfono móvil y desde la Tablet les corrige los deberes escolares, de física y biología.
“En la autocaravana estoy muy bien: tengo cocina, cama, televisión y hasta un pequeño armario para poner la ropa”, relató el médico.
A pesar de las escenas tan devastadoras que ha presenciado, se mantiene optimista. Recibió la noticia de que uno de sus compañeros contagiado con COVID-19 que tuvo que ser intubado se recuperó. Él mismo lo atendió.
“Fue uno de los traslados más complicados de mi vida, temía no hacerlo bien; y, además, en él me veía a mí, empecé a pensar que yo sería el siguiente”, confesó.
Es inevitable que en algunos momentos se sienta preocupado y rompa en llanto ante la grave situación.
“Ahora sí tengo miedo, he visto a muchos compañeros contagiados, mucha gente joven afectada, no pienso en mí sino en qué será de mis hijos”, dijo el doctor Julio.
Una de las pruebas más duras que ha tenido que enfrentar es la escasez de respiradores.
“La falta de respiradores cortó los traslados a los hospitales y empezó el triaje. Tienes tres personas y un solo ventilador, ¿a quién se lo das? Nos vimos sujetos al uso de un criterio para decidir. Hay algún paciente que me ha pedido alguna manera de terminar antes con su dolor; otros, por increíble que parezca, han llegado a entender la situación: recuerdo a una mujer mayor que me dijo temblando: ‘haz lo que puedas, yo entiendo’, solo me pidió que llamara a su hijo para poder despedirse de él por vídeo llamada. ‘No llores’, le pedía ella”.
Mientras se hace un café, el doctor Julio introduce su ropa de trabajo en una bolsa y ve las fotos de su familia que ha colocado en la autocaravana.
“Vamos a estar bien, aunque lentamente”, dijo el médico.
Muchas personas acuden a él para hacerle consultas sobre el coronavirus, lo perciben como un “Dios con mascarilla”.
Estudió la especialidad de alergología para seguir con el legado de su padre, pero su vocación de servicio y su compromiso de salvar vidas lo motivó a más, quiso ser parte de los servicios de emergencia.
“Cuando ves a alguien en el suelo, le coges de la mano y le dices que eres médico, que estás para ayudarle y ves cómo le cambiara la cara… ya no puedes dedicarte a otra cosa”, relató.
Sobre el coronavirus, reconoció que no discrimina a nadie y que no permite que los pacientes con peor pronóstico se despidan de sus seres queridos.
“Afecta a quien sea; me he enterado de gerentes de hospitales, a los que piensas que le harían pruebas antes que, a nadie, y también han tenido que esperar. Da igual el estatus, el mucho o poco dinero que tengas, el coronavirus no entiende de clases sociales”.
Su testimonio se ha ganado la admiración de miles de personas que aplauden su valiosa labor. Compártelo.