Con la pandemia las escuelas permanecen cerradas, pero las clases luchan por continuar, a pesar de las dificultades. Los docentes, junto con las familias de los alumnos se han visto en la necesidad de incorporar nuevas formas de llevar adelante el trabajo y la organización de la vida cotidiana.
Esta es una situación mil veces reseñada y que no deja lugar a dudas. Lo que no se dice es el sacrificio que hacen muchos pupilos, ávidos de conocimiento por no perder el privilegio y la oportunidad de estudiar y seguir aprendiendo, a pesar de la época que nos ha tocado vivir, a todos por igual.
Una pequeña de 11 años, oriunda de la Provincia de Córdoba, en Argentina, es un ejemplo de que el deseo de aprender y de ser mejores, si es genuino y puro, supera cualquier dificultad que se presente.
La decidida y feliz Romina Oviedo
Se llama Romina Oviedo, una hermosa cordobesa acostumbrada a caminar hasta 3 largos kilómetros en subida para poder tener obtener una buena conexión a Internet y recibir la tarea diaria que le envía su maestra como parte de sus clases virtuales.
La humilde niña vive en una casa de campo, hecha de adobe, ubicada a 15 kilómetros de su amada escuela rural Leopoldo Lugones, en la localidad de Lutti, en el Valle de Calamuchita, a 80 kilómetros de Córdoba, Argentina, lugar donde la llegada de la pandemia puso a prueba su compromiso por seguir estudiando.
Desde el decreto nacional de cuarentena, la maestra Sandra Suárez y los jóvenes de cinco familias que acuden a la escuela dejaron de tener clases presenciales, como sucedió en todo el país y el mundo. Los alumnos se tuvieron que quedar sedientos de conocimiento y comenzó el desafío de los maestros por saciarlo.
Suárez debió reinventarse y reorganizar su método de enseñanza, ingeniárselas de la manera que fuese para no perder el contacto con sus alumnos.
“Les enviaba semanalmente la tarea por WhatsApp, y luego ellos me respondían con las actividades completas. Los llamaba para dar correcciones” dijo la maestra.
Un día, en plena rutina de aislamiento, en pleno intercambio de ideas, Sandra escuchó al otro lado del teléfono a la mamá de Romina, una mujer identificada como Claudia, de 36 años decirle a su hija: “Dale Romi, que tenemos que volver a casa a preparar el almuerzo”.
Asombrada por el comentario, y sin imaginarse la situación de su alumna le preguntó dónde estaba, a lo que Romina respondió que cerca de una lomita, a casi tres kilómetros de su casa y buscando señal para poder descargar las asignaciones.
“Acá en la cima de la lomita, porque no tengo señal en casa para descargar las actividades”, respondió en aquel momento la niña.
Lo increíble es que, pese a todas las dificultades Romina ahora es la primera en establecer contacto con su profesora, sin tener que caminar kilómetros, gracias a una empresa anónima que se hizo eco de su caso y le instaló una antena en su casa.
Según su profesora, quien ha estado con ella desde su educación inicial y, por ende, ha vivido toda su evolución Romina es, además de inteligente y resuelta a aprender, un verdadero ejemplo de constancia y esfuerzo.
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