Fátima Álvarez es una joven de origen argentino, que sin luz natural, entre ruinas preincaicas, casas de adobe, cactus monumentales, ventolinas de polvo y un sol abrasador, vivió su infancia con muchas necesidades pero a la vez lo tenía todo.
Esa pequeña que disfrutaba de la naturaleza y los animales en La Puna, mientras sus padres se partían el lomo trabajando para que ella y sus hermanos tuvieran lo mejor,se convirtió después en la doctora Álvarez, orgullo de sus padres, de toda su comunidad y de la Fundación Grano de Mostaza, que fue quien apostó por ella.
Fátima nació en Rosario de Lerma, Salta, de donde nunca se movió hasta que recién, a los 18 años, viajó a la gran ciudad de Buenos Aires.
Su padre había sido ferroviario, hasta que el tren dejó de llegar y tuvo que empezar a vender los alimentos que preparaba su esposa: pan, dulces, pasta flora, maicenitas y empanadillas.
«Se vendía bastante y por eso pudimos ir a la escuela. Vivíamos con lo justo, sin lujos. A veces había más y a veces, menos. Un año que no teníamos nada, para Reyes sólo pusimos en la mesa un huevo y mayonesa. Mientras otros niños jugaban con sus regalos», cuenta Fátima.
«Si viajara en el tiempo volvería a tener la infancia que tuve. Admirar la naturaleza, crecer con inocencia y sin necesitar de más», recuerda.
Cuando tenía 15 años de edad, un grupo de jóvenes sembró en ella las ganas de ayudar a los más necesitados. Fue así cómo empezó a recorrer los poblados más alejados de la montaña, y vio de primera mano lo que era la desigualdad y lo más triste: gente que se moría por falta de médicos…
«Fue entonces cuando me pregunté qué podía hacer por los salteños», dice Fátima recordando el momento en que descubrió su vocación por la medicina.
Una amiga fue quien le sembró a su vez la semilla de irse a estudiar Medicina a la capital, y una tía de ella las inscribió en una residencia de monjas.
Cuenta que cuando llegó a Buenos Aires, le causó un gran impacto la zebra para cruzar la calle, las puertas que se abrían solas cuando se acercaba, las escaleras mecánicas y los ascensores, que le provocaban un nudo en el estómago.
Se enfrentó a la grave dificultad económica por la que atravesaban sus padres, que harían lo que fuera para que sus hijas salieran adelante. Y quizás por eso, ella haría también todo para no defraudarlos. Pero ella tenía solo un fin en mente: «Ayudar a mi gente».
«Me gustaba estudiar pero por momentos me levantaba con pesadillas y no sabía dónde estaba. Lloraba demasiado. Separarme de mi familia y sobre todo de mi melliza, fue muy difícil”, recuerda.
Ella no es la única en su familia que logró ser orgullo para la familia, su hermana melliza también estudió para enfermera. Hasta que el año pasado Fátima terminó el Internado Anual Rotatorio, y tras mucho esfuerzo habiéndose recibido como doctora en 2017 con un 8,07 de promedio, entró a hacer Clínica Médica en el Hospital de Clínicas.
«Estudié medicina y voy a seguir formándome para volver a los cerros de Salta y atender a mi gente. Vine por ellos», confiesa.
Su historia ha sido un ejemplo para toda la comunidad de Salta, Argentina y el mundo entero. No te vayas sin compartir su testimonio de perseverancia y superación, en el que sin duda gran mérito tienen sus padres que lo dieron todo hasta recibir la mejor recompensa.