Crystal Davis desapareció hace dos décadas, diez meses y dos semanas, desde entonces, su madre Cynthia Haag se negó a abandonar la casa donde vivían porque mantenía la esperanza de que regresara.
Hasta que su otra hija, Bianca Davis, le dio la noticia de que había recibido un mensaje en Facebook de Crystal, y cuando vieron la foto de su perfil supieron que sí era ella, la niña que había visto por última vez cuando tenía 14 años.
Bianca de inmediato salió a Nueva York, para encontrarse con su hermana al norte de Harlem, donde vivía, esa misma noche, su vecindario, West Baltimore, celebró que había aparecido.
Había mucha incertidumbre, pero lo más importante era que estaba bien, Crystal tenía otra identidad, el cabello corto y hablaba español fluido. Ahora era una mujer adulta de 35 años, adoptó el nombre de Crystal Saunders y decía que tenía 44 años.
“Lloré todos los días”, dijo la madre de la joven que se marchó dejando su corazón devastado y que finalmente apareció para devolverle la sonrisa.
Cada año medio millón de niños son reportados como desaparecidos cada año en Estados Unidos, pero es muy raro que después de veinte años logren ser localizados.
Cynthia trabajaba como cajera en un supermercado, a pesar de que no tenía muchos recursos económicos su humilde salario le alcanzaba para satisfacer las necesidades básicas de sus hijos como madre soltera.
La mañana del sábado 26 de abril de 1997 miró a su hija Crystal de 14 años sonriendo mientras desayunaba y tomaba un poco de cereal leche y le dijo: “Quédate en la casa hoy”.
Cuando Cynthia regresó a casa después de trabajar notó que su hija se había ido, llamó a sus familiares y amigos y a la policía para emprender un operativo de búsqueda.
No descartaban ninguna hipótesis, podría haber sido secuestrada o se podría haber marchado de forma voluntaria.
La niña siempre usaba una gorra de béisbol, pero esa no era una pista suficiente para encontrarla. El 20 de septiembre del año 2010 las autoridades anunciaron que habían agotado los recursos para encontrar a la joven.
Aunque la madre de Crystal la describió como una niña feliz, que le encantaba la escuela y se llevaba bien con todos, la realidad de ella era distinta. Aseguró que no tenía una buena relación con sus hermanos y que no era feliz.
Recordó que a los nueve años fue víctima de abusos de parte de un vecino, y se volvían recurrentes, no se lo contó a nadie, pero cuando llegó a la adolescencia sabía que no era normal lo que sucedía.
El día que decidió escapar estuvo con sus amigos, pero decidió no regresar a casa. Abordó un autobús con destino a Nueva York y caminó por las calles hasta que amaneció.
Durante los primeros días durmió en la calle hasta que llegó a Upper Manhattan donde se presentó como Crystal Saunders, de 23 años. Trabajó limpiando casas y apartamentos, vivía en un vecindario dominicano.
Poco tiempo después quedó embarazada de su primer hijo producto de una relación con un hombre local, obtuvo una licencia de conducir falsa y la tarjeta de Medicaid a pesar de no tener documentación oficial.
Su nueva identidad era parecida a la anterior, solo cambió su apellido y su edad porque parecía mayor.
Le decía a la gente que no tenía familia y que no quería hablar del tema, aprendió a hablar con fluidez español y dio a luz a cuatro hijos. En la comunidad de dominicanos estableció vínculos afectivos con personas que llamaba “primos” y “abuelos”.
Cuando cumplió 31 años, el 29 de enero de 2014, publicó una imagen en Instagram en la que sostenía un cartel de cumpleaños que decía: “¡Felices 40 para mí!”.
Bryan, el hijo mayor de Crystal, de 20 años llegó a la adolescencia y se preguntó dónde estaba su familia, tenía muchas ganas de acercarse a ellos y conocer su historia.
Pero su madre sentía miedo de contactarlos, sobre todo a su madre, avergonzada por los días de angustia que le hizo sufrir. Hasta que tras la insistencia de su hijo le escribió a su hermana Bianca a través del Facebook.
Así comenzó el memorable reencuentro de esta familia, la madre de Crystal no tenía rencor, incluso cuando llegó a su casa le pidió que durmiera con ella esa noche y la joven aceptó.
Crystal confiesa que no todo ha sido color de rosas: “Ha sido muy difícil y, a veces, es más fácil simplemente mantenerse alejado”.
Tuvo que confesarle a su madre la razón que la motivó a huir, y le dijo que pensó que ella ya lo sabía.
Después de haberse encontrado de nuevo con sus parientes Crystal se mudó con su familia a Baltimore, vive con su tía en el mismo vecindario, trabaja como voluntaria en un centro de recreación local y con frecuencia visita a su madre de 61 años, que es discapacitada.
Ahora Cynthia accede a mudarse de la casa que se había negado a abandonar durante más de veinte años por si su hija decidiera volver. Su vida cambió por completo y su testimonio ha impresionado al mundo, compártelo.