Mientras muchos nos quejamos de la vida, aun teniendo salud y todos nuestros órganos bien puestos, otros deben lidiar con situaciones trágicas desde niños, provocadas por accidentes que les incapacitan. Con todo y eso, aman la vida, son resilientes y luchan a brazo partido por salir adelante.
Tal es el caso de Jaime Carvajalino, un joven humilde de origen colombiano de 28 años, quien perdió ambos pies de una forma que parece sacada de una novela de Stephen King. De niño, con apenas tres meses la mordida de un cerdo le causó la pérdida de sus extremidades.
Jaime nació en El Zulia, un municipio arrocero de 30.000 habitantes, ubicado en pleno centro oriente de Colombia. Vive en una pequeña casita de 15 metros cuadrados, que él mismo construyó para él, su esposa Yurley y sus hijos Stiven y Lucía.
Debido a su discapacidad, Jaime nunca ha trabajado formalmente. Toda su vida ha sido objeto de comentarios malsanos, sometido a la pobreza y a la discriminación.
El día del horrendo accidente, su madre había tenido que salir de casa a cobrar una madera y dejó al pequeño al cuidado de sus tres hermanos.
Lamentablemente se descuidaron, y de repente oyeron los gritos de dolor del bebé y los gruñidos salvajes del cerdo. Al llegar se encontraron con la dantesca escena del niño colgando de las fauces del animal quien, al percatarse de la presencia de los niños, comenzó a perseguirlos.
El mayor lo golpeó con un palo hasta que el marrano soltó la presa. Después, llevaron al pequeño al riachuelo más cercano y le lavaron los pies. Eran, aproximadamente, las 3 o 4 de la tarde.
«Los niños me dijeron que el cerdo lo había mordido poquitico, pero cuando lo cargué ardía en fiebre y no paraba de llorar; lo desarropé, prendí una mechera para ver (porque no teníamos luz), y comencé a llorar», cuenta la madre de Jaime.
Entró a cirugía en la ciudad de Cúcuta hacia las 2 am, y, cuando salió, simplemente no tenía pies. Su vida ha sido una mezcla entre resiliencia y frustración. Crecer sin ambos pies ha sido para Jaime realmente una tortura. El hospital le regaló las primeras prótesis, que usó muy poco.
«No le gustaban, prefería andar sobre los muñones ayudado de un par de estacas de madera que uno de sus hermanos le dio para sostenerse. Así aprendió a caminar», cuenta su madre.
A los 12 años, Jaime fabricó unas prótesis artesanales, a partir de envases plásticos y un vaso relleno con calcetines donde encajó el muñón. Pero, debido a lo pesado de los trabajos que realiza, con el tiempo esta alternativa le empezó a pasar factura.
Su historia llegó a oídos de la Fundación CIREC, Bogotá, encargada de rehabilitar personas amputadas. Allí tuvo su primera cita médica. Regresó en diciembre para probarse los moldes, ilusionado por recibir el 2019 en casa y con pies.
Finalmente, obtuvo sus prótesis valoradas en 4 mil dólares, tipo SYME bilateral, prácticamente indestructibles, y pasó más de una hora escogiendo sus primeros zapatos en una tienda ubicada en la capital. A partir de entonces, su vida cambió para siempre.
Todavía hay esperanza: en abril comienza la construcción de un puente sobre la vía que lleva a su casa. Un trabajo al que podría aplicar y que mejoraría sustancialmente su calidad de vida. Comparte esta historia de resiliencia con tus seres queridos.