Estamos viviendo momentos inéditos en los que la mayoría de los seres humanos debemos permanecer en nuestras casas, pero, mientras tanto, hay celebraciones que solo se festejan una vez al año como, por ejemplo, nuestro cumpleaños.
Sin embargo, este año somos llamados a volver a la esencia, a buscar en cada uno de nosotros lo que es verdaderamente importante.
Carolyn Martins-Reitz era una madre abnegada que dedicó su vida a su hijo Thomas quien padecía de Síndrome de Down, y lo que más amaba este inocente era, precisamente, celebrar el día de su nacimiento.
Lamentablemente, como consecuencia del infame brote de COVID-19 tuvo que apagar sus últimas velitas en un hospital. Era, sin duda, la fiesta que más le gustaba.
Thomas y Carolyn eran tan unidos, que no podían concebir su existencia sin el otro. El joven era, para su madre su todo, por eso, no había nada que la hiciera desistir de mantener a su hijo sano, fuerte y feliz, pero, sobre todo, amado. Como cualquier madre que se precie de serlo.
Carolyn y Thomas siempre juntos y sonrientes
Martins asistía a la Escuela Felician, un centro educativo para estudiantes con necesidades especiales desde que era un niño, y formó parte del programa para mayores de 21 años hasta que comenzó su convalecencia.
Tras pasar esos hermosos 30 años juntos en el mundo, la vida los unió también en el contagio de esta terrible enfermedad, y la muerte los alcanzó a ambos con tan solo nueve días de diferencia.
Carolyn dejó esta vida primero, por lo que fue su familia de la escuela quien intervino para ofrecerle a Thomas una fiesta inolvidable.
Cuando el joven dio positivo y cayó enfermo, todos los días le preguntaba a su padre si esto sería posible y, si se puede decir así, por fortuna pudo cumplir su sueño rodeado de sus seres queridos en una fiesta de la que su madre no pudo participar.
“Los funcionarios de la escuela enviaron un pastel de cumpleaños y un montón de pizzas al hospital. También organizaron una vídeo llamada para todos sus amigos en la escuela para cantarle ‘feliz cumpleaños’”, aseguró el condolido padre.
Las enfermeras se encargaron de todos los detalles. Llevaron una pantalla a la habitación y al menos 20 personas se unieron en un coro de ángeles para cantarle su canción favorita, acompañados con un gran y delicioso pastel.
Tristemente, después de la última estrofa el joven falleció, dejando a su padre completamente desolado, pero, al mismo tiempo, satisfecho de haber podido darle un último instante de alegría a su hijo antes de partir hacia otro plano, seguramente más amable que el que dejó en la Tierra.
Por su parte, Carolyn siempre se mantuvo en pie de lucha, como una celosa defensora de las personas con esta condición y, además de Thomas, tenía otra hija llamada Sharon.
“Todos lo amaban. Thomas era una luz grande y brillante,igual que su madre. Eran simplemente personas encantadoras”, dijo Joni Forte-Lewin, quien inició una campaña para recaudar fondos y ayudar a la familia a cubrir los crecientes gastos.
No es fácil aconsejar a las familias que han perdido a alguien por esta o por cualquier otra enfermedad.
Cada persona se comporta de una forma diferente ante la pérdida, desde una tristeza muy invasiva con sentimientos de culpabilidad, rabia y mucho enfado, todos son válidos y normales. Somos seres con sentimientos y hay que dejar que estos fluyan.
Comparte esta historia con tus seres queridos y elevemos nuestras súplicas para que esta pandemia desaparezca más pronto que tarde. Paz a sus restos.