Las mochilas solares que fabrica Visram, en África son una solución grandiosa para que los niños más desfavorecidos puedan estudiar sin tener que buscar la forma de tener buena iluminación porque en sus humildes viviendas no hay energía eléctrica.
Salima Visram es la autora de las mochilas The Soular Backpack, un proyecto que surgió cuando estudiaba en la Universidad McGill. Ella creció en el hogar de una familia pudiente cerca de Kikambala, una ciudad de Kenia.
Tener a su alrededor a tantas personas que luchaban con sus escasos recursos para salir adelante la motivó a ayudar. Se sensibilizaba cada día por aquellos que, en esa ciudad, marcada por la pobreza, no podían ni siquiera satisfacer sus necesidades básicas.
Consciente de que la educación puede ser determinante para vencer los obstáculos de los jóvenes que nacieron en condiciones de miseria, quiso hacer un valioso aporte para ayudar a los más pequeños a mejorar su calidad de vida.
La mayoría de las familias que viven en Kikambala, no tienen energía eléctrica, usan aceite para lámparas para poder iluminar sus precarias viviendas. Este mecanismo puede ser costoso y también puede implicar riesgos de incendios para quienes lo usan.
La solidaria joven pensó que a través de la energía solar podría obtener energía eléctrica de una forma más asequible.
Le partía el corazón que muchísimos niños de esa comunidad no pudieran estudiar ni hacer sus deberes en casa porque no tenían la iluminación adecuada.
Ella diseñó una mochila que lleva un panel solar que alimenta a un pequeño banco de baterías que pueden cargarse fácilmente durante el largo trayecto que hacen los niños caminando desde sus hogares a la escuela.
Las mochilas The Soular Backpack contienen una batería, una luz LED, un panel solar y espacio para que los estudiantes guarden sus útiles escolares.
Salima logró recaudar el dinero suficiente para fabricar 2.000 mochilas que fueron distribuidas entre los niños que viven en Kikambala.
Para ella fue gratificante ver en el rostro de los niños de una comunidad que conocía la sonrisa que se dibujó cuando recibieron la mochila.
No era cualquier mochila, también les daba la oportunidad de contar con la luz que tanto necesitaban.
“Si los niños no se acercan a la luz solar, ¿Cómo hacen sus deberes? ¿Cómo irán a la escuela secundaria?, ¿Cómo saldrán de la pobreza?”, dijo Salima en una conferencia en la que habló de su proyecto.
Resaltó que las familias que viven apenas con un dólar al día suelen gastar el 25% de sus ingresos en aceite y querosén para alimentar sus lámparas cada mes.
Las mochilas solares que ha repartido entre los niños de humildes comunidades de África funcionan para ofrecer entre siete y ocho horas de luz con solo tres o cuatro horas de luz diurna.
Durante los paseos diarios que hacen los pequeños se recarga la mochila, con una hora de luz solar que reciba al día puede ofrecer cinco horas de luz para que cuando oscurezca, ellos puedan seguir haciendo sus actividades.
Para los padres es una gran ayuda disminuir el gasto destinado a las lámparas de aceite, y además, y no menos importante, les aporta seguridad al no tener ningún peligro en casa por la manipulación de estos materiales inflamables.
“Mucha gente me dijo que no podía hacerlo cuando empecé… cuando pedí consejo a una directora general, me dijo que no era posible hacer el bien y ganar dinero al mismo tiempo, me dijo: ‘céntrate en ganar dinero porque no eres la Madre Teresa’”, relató Salima.
Con su testimonio quiere inspirar a otros a ayudar y decirles a todos que los “no” no tienen importancia, que lo mejor es enfocarse en los “sí”.
Y es que no hay nada imposible cuando se tiene voluntad y perseverancia para lograr los sueños. La vida de estos pequeños cambió para siempre y su futuro se ha iluminado gracias a alguien que se sensibilizó por sus necesidades haciendo la diferencia.