Es de práctica generalizada el indignante trato al que son sometidas miles de mujeres embarazadas en los momentos angustiantes previos a dar a luz. Para muchas madres primerizas, ese tan anhelado momento de traer al mundo a su bebé puede convertirse en la pesadilla más horrorosa, que muchas recuerdan con auténtico pavor.
Las que menos han terminado con graves secuelas psicológicas, sin mencionar las que han perdido a sus bebés, o las que a expensas de personal negligente, inhumano e inexperto, quedaron con daños irreversibles.
Además de las cesáreas innecesarias, son muchas las que a nivel mundial son sometidas a humillaciones, tocamientos y malos tratos, llegando a convertirse en graves casos de violencia obstétrica que abundan en nuestra sociedad.
Por este motivo, el 25 de noviembre de 2014 nacía el Observatorio Español de la Violencia Obstétrica (OVO), un organismo vinculado a la asociación “El parto es nuestro”, compuesto por un equipo especializado, cuyo objetivo fundamental es la denuncia pública de estas prácticas inhumanas y que no es más que otro tipo de violencia de género.
Tras dos años de trabajo, se han recogido testimonios de más de 2.000 mujeres en España y los resultados son alarmantes:
– En el 50% de los casos se actuó sin el consentimiento de la mujer.
– El 66% de los planes de parto presentados no fueron respetados.
– El 40% de las encuestadas han necesitado ayuda psicológica para superar las secuelas que sus partos les han dejado.
Pero lo más difícil de este tema, sin embargo, es la normalidad con que desde el ámbito público se confronta. Prácticas que en la mayoría de los casos se consideran “normales” porque “así se debe hacer”.
Así, no es raro encontrar a madres que aseguran que su episiotomía (el corte en el perineo femenino para facilitar el parto) era cuestión de “vida o muerte” o que se la hicieron “porque había que hacerla”.
Otras prácticas, como ningunear la opinión de la mujer, cesáreas forzadas, negación al acceso de fármacos, ausencia de chequeos médicos, maltrato físico, tocaciones innecesarias, rupturas artificiales de la membrana, la práctica de intervenciones sin aprobación previa, se utilizan en los partos como prácticas habituales… Y normales.
Pero lo peor de todo es que lo hacen en el momento más vulnerable para la mujer: en pleno proceso de parto o durante el embarazo o postparto. ¿Quién no ha escuchado lo de “en ese momento que me hicieran lo que fuera para que todo saliera bien”?
Algunos testimonios han salido a la luz que nos ponen los pelos de punta. No se trata ya del abuso de las prácticas mencionadas, sino de la cosificación de la mujer, tratándola como un objeto que ha venido al mundo para dar a luz a sus hijos con dolor.
Así lo vivió Laura Cáceres, una joven madre argentina, quien además de vivir un verdadero suplicio en el parto, ahora afronta el sufrimiento de tener a su bebé en coma y con respirador artificial.
Cáceres relata cómo fueron los momentos desde que acudió al hospital con contracciones insoportables, las mismas que se le presentaron antes de tiempo. Cuenta que desde el inicio el trato fue déspota e inhumano: «Les pedía por favor que me ayudaran y me dijeron que me aguantara, que no podían estar gastando guantes cada vez que me revisaban. Que me esperara porque todavía no llegaba mi turno».
Además reveló que aunque la bebé ya venía con una insuficiencia cardíaca, durante las 14 horas de la labor de parto, jamás recibió asistencia especializada de las parteras.
«Estaban con el teléfono, me gritaban que dejara de llorar, que les estaba rompiendo los oídos. Pero yo sólo podía sentir un dolor que me desgarraba por dentro, así que me dijeron: Si abrir las piernas te gustó, ahora aguanta esto«.
«Comencé a pujar y mi hija quedó trabada. Empezaron a hacer toda clase de maniobras para sacarla pero no podían. Lo lograron quebrándole el hombro derecho y moviéndole la cabeza para todos lados. Salió asfixiada, la reanimaron y la entubaron«.
A partir de entonces, el 3 de noviembre del año pasado, la niña permanece entubada, a causa del severo e irreversible daño cerebral que sufrió. Es por esto que ha presentado ya una denuncia, esperanzada en que se haga justicia.
Tristemente, otros casos igualmente dolorosos también se han dado a conocer. Yésica Sosa contó que su obstetra dejó morir a su bebé de 41 semanas en su vientre: «Me dejaron con mi bebé sin vida en el vientre durante más de 12 horas, y con ironía me preguntaron si la quería tener por parto natural. Me hicieron una cesárea y me dieron el alta con dolores y sin medicamentos”.
Otro testimonio no menos impactante es el de Gracitata:
“Me dijo que me destapara y abriera las piernas, yo lo hice tranquila, pues ya me habían dicho que se pasaría para cambiarme la tira y mirar si había dilatado, así que, confiada lo hice. Me comenzó a hacer un tacto vaginal bastante brusco y de malas formas, me dolió mucho…
«Dijo a las enfermeras que no había dilatado nada y sin darme mi cuenta comenzó a golpear con saña mi cérvix con sus dedos, de una manera tan brusca que jamás había sentido tanto dolor y que después de parir puedo asegurar que es así. Y todo esto lo hizo bajo la atenta mirada de tres o cuatro estudiantes de obstetricia».
Yo solo gritaba de dolor y le pedía que parara… Cuando retiró sus malditas manos de mi vagina, sin mediar más palabras, sin darme ninguna explicación, sin decirme a qué había venido todo aquello, se dio la media vuelta y se marchó con los demás…”
La violencia obstétrica es lamentablemente una realidad radicada a nivel mundial, muy normalizada, y frente a la que poco se hace para crear conciencia social.
Esperemos que no nos tapemos más los ojos frente a esta dolorosa verdad. Las mujeres embarazadas son fuertes, pero no por eso dejan de padecer sufrimiento. ¡Tienen derechos y deben ser respetados! Comparte esta noticia con tus amigos.